CUERPO Y ACTOS MENSAJEROS

CUERPO Y ACTOS MENSAJEROS (ESPAÑOL)

CUERPO Y ACTOS MENSAJEROS [1] *

 

Prof. René Roussillón [2]

 

Introducción

 

Una de las características fundamentales de los desarrollos del psicoanálisis es que aquello que generalmente es considerado como desecho de la actividad psíquica o humana, y por tanto carente de sentido, de hecho es portador de un sentido oculto en espera de ser revelado, descubierto, construido. El psicoanálisis recalifica así lo que la psicología erudita tendía a situar fuera de campo, subraya que lo que parece no tener sentido, posee de hecho un sentido diferente, obedece a otras lógicas que no son habitualmente consideradas como tales. Así sucedió históricamente con los sueños, lapsus y actos fallidos, con los síntomas psicopatológicos y las producciones de la locura humana, todo lo que Lacan ha llamado “las formaciones del inconsciente”.

 

A menudo actualmente, las formas de expresión del cuerpo, en particular los síntomas psicosomáticos, son consideradas por la mayor parte de los somatistas y mismo algunos psicosomatistas como desprovistas de sentido, “tontas” dicen algunos. Del mismo modo, en la dirección dada por la noción psiquiátrica de pasaje al acto, hay quienes no ven en el recurso al acto y al actuar que se puede observar en ciertas formas de psicopatología, más que una tendencia a la “descarga”, a la evacuación de contenidos psíquicos. Así es como una actividad humana, a veces compleja, es considerada insignificante, mejor dicho no significando otra cosa que el rechazo del sentido, una tentativa para evacuarlo.

 

Lo que viene del cuerpo tiene mala prensa, con frecuencia representa lo que es necesario aceptar pero debe quedar mudo, silencioso, ya que está desprovisto de sentido. A la inversa, los que pretenden que el cuerpo y el acto podrían esconder más organización y sentido de lo que parece, son considerados como románticos de lo inefable, soñadores que proyectan un sentido sobre aquello que por naturaleza no podría poseerlo, y por lo tanto no son científicos, ni siquiera racionales.

 

Algunos psicoanalistas han sido a veces complacientes ante estas posiciones, remarcando que han surgido de cierto pensamiento médico, en nombre de una consideración de los factores económicos, en nombre de una separación epistemológica de los campos, en nombre de una definición de lo “psíquico” que excluye el cuerpo o de lo “mental” que excluye al soma. Otros, por el contrario, en nombre de una tradición más estrictamente freudiana, están persuadidos de que nada de lo humano está radicalmente desprovisto de sentido, y tratan de descubrir las lógicas y lenguajes subyacentes a lo que consideran como formas de expresión, no sólo de la pulsión, sino también del sujeto que la anima.

 

Mi reflexión se sitúa en esta dirección; a propósito del acto; persigue el trabajo de recalificación que he comenzado a perfilar anteriormente[3] a propósito del los síntomas llamados “psicosomáticos”[4] y de los afectos; procura continuar la tradición freudiana en el sentido de distinguir una forma de lenguaje del acto, portador de un mensaje dirigido. Se inscribe en una concepción de la vida pulsional que reconoce a la pulsión no sólo un valor de descarga tendiendo a la satisfacción, no sólo un valor de “emprise” (P. Denis) sino un valor “mensajero” (R. Roussillon 2004). Más adelante retomaremos este punto en nuestra reflexión.

 

El lenguaje del acto en Freud

 

En 1913, en el texto titulado “Múltiple interés del psicoanálisis”             podemos leer de su pluma: “Por lenguaje no se debe entender solamente la expresión de pensamientos en palabras, sino también el lenguaje de los gestos y toda forma de expresión de la actividad psíquica …”

 

La continuación de este artículo indica que piensa en el “lenguaje de los sueños”, es decir el de las representaciones de cosa, pero también en los lenguajes del cuerpo que él explora. Más adelante veremos que ya ha abordado la cuestión de las formas no verbales del lenguaje en la histeria y en la neurosis “de contrainte” (apremio, obligación ¿obsesiva?), es decir en el universo neurótico, pero yo querría subrayar que no se puede resumir su posición restringiéndola al universo neurótico, ya que en el mismo artículo también alude a la demencia precoz. La atribución de la cualidad de lenguaje dotado de sentido se extiende para Freud a los actos, cualquiera sea la patología o el funcionamiento psíquico de los sujetos afectados; es un enunciado genérico, estructural, no regional ni surgido de una feliz coincidencia.

 

Dicho esto, que quise marcar de entrada con fuerza, retomemos diferentes jalones de esta hipótesis en el curso de su pensamiento.

 

En 1907, en el artículo que dedica a “Los actos obsesivos y las prácticas religiosas” Freud evoca el ritual de una mujer obligada a dar vueltas muchas veces con la palangana con el agua sucia de sus abluciones antes de tirarla. El análisis de este ritual compulsivo hizo aparecer que no solamente “los actos compulsivos están cargados de sentido y puestos al servicio de los interesas de la personalidad” sino que son la figuración, ya sea directa o simbólica, de experiencias vividas; por consiguiente, son a interpretar, ya sea en función de una coyuntura histórica dada, ya sea simbólicamente. Así, en lo que concierne al ritual de la palangana, en el curso del análisis tomó el sentido de una advertencia dirigida a la hermana de la paciente, que consideraba dejar a su marido, de no separarse del “agua sucia” de su primer marido antes de haber encontrado el “agua limpia” de un remplazante. Subrayo aquí que para Freud, el ritual no sólo adquiere sentido en la relación de la paciente consigo misma, en sentido intrapsíquico, sino que también se inscribe en la relación con su hermana, como un “mensaje” dedicado a ella. La acción compulsiva tiene un sentido, “cuenta” una historia, la historia, pero además una historia dirigida, un mensaje, una “advertencia” dice Freud, dirigida a su hermana.

 

El acto “muestra” un pensamiento, un fantasma; cuenta un momento de la historia, pero muestra o cuenta a alguien significativo; está dirigido, aún sin asumir plenamente su contenido, aún si el pensamiento se esconde detrás de su forma de expresión.

 

En 1909 Freud prolonga su reflexión sobre los ataques histéricos y la pantomima de éstos, en una línea que había comenzado a recorrer desde 1892 “Para una teoría del ataque histérico”. “En las Consideraciones generales sobre el ataque histérico” subraya que en éste el fantasma se traduce en “lenguaje motor”, proyectado “sobre la motilidad”. El ataque histérico y la pantomima que pone en escena se le aparecen como el resultado de la condensación de muchos fantasmas (en particular bisexuales), o de la acción de muchos “personajes” de una escena histórica traumática. Por ejemplo, lo que se da en una mujer como agitación incoherente, como una pantomima sin sentido, adquiere sentido si se toma el cuidado de descomponer el movimiento de conjunto para hacer aparecer una escena de violación. La primera mitad del cuerpo y la gestualidad de la mujer “figura”, por ejemplo, el ataque del violador, que intenta arrancar la ropa de la mujer, mientras que la segunda mitad de su expresión corporal representa a la mujer tratando de defenderse del ataque.

 

Entonces pues, la pantomima aparentemente sin sentido, que aparece en el plano manifiesto como una agitación desordenada, se esclarece si se puede analizar y descomponer los distintos elementos que lo organizan secretamente. Lo que aparece al principio como “pura descarga”, libera entonces la complejidad significante que lo habita y que se esconde. La histeria “habla” con el cuerpo; muestra lo que el sujeto no puede decir; también lo esconde. Ya a propósito de la conversión Freud había subrayado que el cuerpo de la histérica intentaba decir las palabras que el sujeto no aceptaba pronunciar ni tomar plena conciencia. Por ejemplo, una náusea expresará el hecho de lenguaje de tener “mal au coeur” (asco, repugnancia), y el mal de tener “mal au coeur” remitirá a la forma metafórica de una pena del corazón, de un amor decepcionado. El acto, en los procesos histéricos, quizá interpretado como representante afecto,es lenguaje del acto; es pasaje del lenguaje por el acto, más que pasaje al acto.

 

Es un lenguaje dirigido a sí mismo, un modo de decirse, pero también dirigido al otro, tal vez esperando que eso que dice sin saber, sin decirlo, sea escuchado por otro y reflejado por él. En los “Estudios sobre la histeria” Freud destaca, en el conjunto del escenario así contado y puesto en escena, el lugar ocupado por lo que en 1895 llama “el espectador indiferente”. La escena está dirigida a este espectador, que es también un representante externalizado del yo, un doble; narra “para” este espectador, es un “mensaje dirigido” a otro, así tomado como testigo de aquello que no había históricamente soportado (admitido; permitido; encerrado; llevado consigo).

 

Y aún en 1920 cuando Freud emprende el análisis de la tentativa de suicidio de la joven que se tira de un puente, él no procede de modo distinto a los casos precedentes; él analiza el sentido del acto, su lenguaje, examina hacia quién se dirige, en ese caso al padre, ante los ojos del cual el acto se había cometido.

 

Los ejemplos que venimos de citar en Freud pertenecen al universo neurótico; ponen en escena representantes de la economía anal o fálica; pertenecen a un universo ya marcado por el aparato de lenguaje, ya encuadrado por éste; por lo tanto, a un universo ya estructurado por la metáfora. El cuerpo “dice”, pone en escena, lo que el sujeto no puede decir, pero que podría potencialmente decir; el cuerpo metaforiza la escena. La estructura del acto y su puesta en escena es aquí narrativa; Freud es claro; las escenas cuentan un escenario, una historia, la historia de un trozo de la vida que no puede ser asumido por el sujeto; pertenece así al universo del lenguaje y a sus modos de simbolización, aún si es el cuerpo que “habla” y “muestra”; y si intenta narrarse a sí mismo tal vez primeramente sea narración para otro-sujeto.

 

Recordemos que J. Mc Dougall, en los textos que consagra a las “neo-sexualidades”, a lo que con más frecuencia se denomina “perversiones”, llegará a una conclusión similar en lo que concierne a estos cuadros clínicos particulares. El “espectador indiferente” de los “Estudios sobre la histeria”, a quien se dirige el síntoma neurótico, se volverá simplemente “espectador anónimo” en el escenario perverso, perteneciendo esta vez al universo narcisista.

 

En 1938, tratándose esta vez del universo psicótico de pacientes delirantes, y en la línea del final de “Construcciones en psicoanálisis” donde Freud propone la generalización de sus enunciados de 1895 respecto al modo como el sujeto, aún psicótico, “sufre de reminiscencias”, extiende a los estados psicóticos la afirmación de que las manifestaciones psicóticas también se desarrollan ante los ojos de un “espectador indiferente” y aparecen así como “mensaje dirigido” a este espectador. Pero desde 1913, en la parte consagrada al interés del psicoanálisis para la psiquiatría, Freud había afirmado su fe en el hecho de que los actos, aún los estereotipos observados en la demencia precoz, es decir la esquizofrenia, no estaban despojados de sentido, sino que se presentaban como “vestigios de actos mínimos con sentido pero arcaicos”.

 

Entonces continuaba: “Los discursos más sin sentido, las posiciones y actitudes más bizarras, dondequiera que parezca reinar el capricho más bizarro, el trabajo psicoanalítico muestra orden y conexión, o por lo menos deja presentir en qué medida este trabajo está inacabado”.

 

El estado inacabado de 1913 es completado por dos hipótesis que propone en 1938: el síntoma psicótico “narra” la historia de un acontecimiento “visto u oído en una época que precede a la emergencia del lenguaje verbal, o sea antes de los 18-24 meses, y mantenido en ese estado (y esta es la segunda hipótesis que ahora propone) por el hecho de la “debilidad de la capacidad de síntesis del yo” de esa época.

 

En cierta forma sobreentiende así que lo que se ha vivido en una época en que el lenguaje verbal no estaba aún en condiciones de dar forma a la experiencia subjetiva, va a tender a volver en una forma no verbal, una forma tan arcaica como la experiencia misma, y por consiguiente en el lenguaje de la época, el de los bebés y los niños muy pequeños, o sea un lenguaje corporal, un lenguaje del acto.

 

Esta intuición provee el punto de partida de la hipótesis central que me propongo examinar ahora: a través de los actos más tardíos, los de las manifestaciones antisociales por ejemplo, o de modo más general, los que acompañan los cuadros clínicos de las problemáticas narcisistas-identitarias, las experiencias arcaicas de una época precedente al dominio del lenguaje verbal intentan expresarse y buscan comunicarse, hacerse reconocer y compartir.

 

Cuerpo y actos mensajeros en las problemáticas narcisistas-identitarias

 

Antes de poder explicitar plenamente esta hipótesis es necesario detenerse en las particularidades de las experiencias primitivas, en la medida en que su especificidad va en parte a reencontrarse en el lenguaje del acto y del cuerpo que vamos a ver en sus modos de retorno más tardíos observados en la clínica de los sufrimientos narcisistas.

 

La subjetividad del bebé no es una subjetividad unificada; él atraviesa por estados subjetivos diferentes, y la “debilidad de la capacidad de síntesis” que Freud evoca, no permite unificar estos distintos momentos. El niño vive en una ”nebulosa subjetiva” (M. David); su yo se compone de núcleos “aglutinados” (J. Bleger) antes de ser reunidos en unidades que constituyen un “yo-sujeto emergente”. En consecuencia, las experiencias precoces pueden no estar ligadas unas con otras, no por el hecho de un clivaje sino por falta de una integración de conjunto; pueden ser “parciales” y registrarse con esta característica. Concuerdo con Winnicott, quien subraya que el estado no integrado no es comparable con el proceso de desintegración de un estado ya integrado. En el segundo caso, la idea de un clivaje cobra sentido, pero cuando los estados subjetivos no están aún integrados, la noción de clivaje está desprovista de significación subjetiva.

 

Las experiencias subjetivas primitivas están estrechamente articuladas con los estados del cuerpo y las sensaciones surgidas de éste. La sensación corporal está así en el centro, acompaña los movimientos con los que está estrechamente mezclada, lo que da pertinencia a la idea de procesos sensorio-motores. Ellas también pueden ser de naturaleza erótica; están organizadas por la pareja de afectos placer-displacer. Pero lo erótico que implican no es de tipo orgásmico; esta es la diferencia entre la sexualidad infantil, así sea precoz o “primordial” (C.yS. Botella) y la sexualidad adulta; ellas son “homosensuales” según la expresión de una de mis estudiantes (N. Fuvel).

 

Ellas son vividas fuera del tiempo; en todo caso del tiempo de la cronología, lo que significa que, cualquiera sea su duración efectiva, tienden a ser sin principio y sin fin, particularmente cuando están cargadas de displacer. Cuando están cargadas de placer, tienden a inscribirse en las formas rítmicas elementales (R. Roussillon, D. Stern, D. Marcelli) que las organizan en formas rudimentarias de temporalidad.

 

Por consiguiente, no son rememorables; no pueden constituirse en recuerdos; escapan a las formas de memoria llamadas “declarativas”. Por el contrario, pueden contribuir a la creación de esquemas memoriales, a las memorias llamadas “procedimentales” que crean “modelos internos operativos” (Bowlby) y esquemas de tratamiento y organización de la experiencia; también tienden a dar forma a experiencias posteriores. Una consecuencia importante es que son así “de todo tiempo”; que tienden a atravesar el tiempo; que pueden ser reactivadas y reactualizadas de modo alucinatorio, darse y presentarse como actuales, como siempre actuales.

 

Cuando son activadas, no lo son pues bajo una forma que se da como una re-presentación a la subjetividad, sino como una presentación (dastellung); aunque intenten “narrarse” por esta reactivación, se dan siempre como presentes. Esto es lo que hace difícil comprender como tales sus reactivaciones, ya que vienen a mezclarse con las percepciones actuales, se intrincan con ellas. Es así como contribuyen a la experiencia presente, a la que cargan de su marca alucinatoria, pero es así también como pueden ser modificadas après-coup. Ellas se expresan electivamente a través de las formas del afecto, “conmoción traumática de todo el ser” según Freud (1926); por la expresión somática y “par l’acteet ceci potentiellement” a las diferentes edades de la vida.

 

Ellas procuran ser comunicadas (J. MacDougall), reconocidas (M. Domes), y compartidas (C. Parat) por las personas significativas del entorno. Pero la comunicación, el reconocimiento, la posibilidad de compartir plantean un problema; siempre están más o menos cargadas de ambigüedades, sometidas a interpretación. Por una parte porque se expresan en lenguajes poco digitalizados, que quedan marcados por la analogía y los modelos de representación-cosa, el lenguaje del afecto, del registro mimo-gesto-postural, del actuar. Por otra parte, porque parte de su sentido está inacabado y depende estrechamente del modo como se interprete por el sujeto-otro a quien se dirige.

 

Es en efecto la respuesta del entorno la que, reconociéndolo como tal, le da valor de mensaje, lo define como mensaje significante, como modo de narración, como significante dirigido. Si este no es el caso “degenera”, pierde su valor proto-simbólico potencial, está amenazado de no ser más que evacuación sin significado, queda anulado en su valor expresivo y proto-narrativo.

 

Mi hipótesis clínica es que son tales experiencias de tentativas de comunicación que, a fuerza de no ser reconocidas como tales, de no ser calificadas por las repuestas del entorno, van a manifestarse en los cuadros psicopatológicos del niño, el adolescente o el adulto, y en particular en la sintomatología de las problemáticas narcisistas-identitarias a modo de expresión corporal: actuación o psicosomática. Por una parte, el yo es globalmente fragilizado por los ataques al narcisismo que implica la descalificación o la no-calificación de las comunicaciones corporales o afectivas; por otra parte, las formas designificadas de éstas representan puntos enigmáticos para el yo, que se vive como habitado por movimientos sin sentido.

 

La plena inteligibilidad de estos enunciados supone la hipótesis complementaria de que lo vivido así conservado ha surgido de experiencias subjetivas de naturaleza traumática, y por lo tanto ha movilizado, en el momento o después, modalidades de defensa primarias, que han sustraído, y con ellas palmos enteros de la subjetividad y de la organización del yo, a la evolución ulterior (ver los “antiguos funcionamientos del yo” que Freud evoca en 1923 como estando “sedimentados” en el “super-yo severo y cruel” que se observa en la reacción terapéutica negativa). El complemento que propongo supone que se distinga, entre las experiencias arcaicas, aquellas que han podido secundariamente ser reprimidas y significadas en ocasión de experiencias más tardías, y aquellas que han sido apartadas de estas formas de ser retomadas après-coup, y se presentan como “fueros” según la metáfora que Freud propone en 1896.

 

Dicho de otro modo, en el devenir integrativo “natural”, o por lo menos suficientemente madurativo, las experiencias que preceden la aparición del aparato de lenguaje, son al menos en parte retomadas en el universo del lenguaje, y esto de tres maneras posibles:

 

  • Por ligazón de las trazas mnésicas y representaciones de cosa con las representaciones de palabra adquiridas más tarde. La experiencia subjetiva es nombrada aprés-coup, las sensaciones y afectos que la componen son nombrados, analizados, reflexionados “detalle por detalle” por el hecho de su ligazón secundaria con las formas lingüísticas. La aparición del lenguaje verbal y la ligazón verbal que posibilita, transforma la relación que el sujeto mantiene con sus afectos como también con sus mímicas, su gestualidad, su postura y sus actos. La ligazón verbal permite contener y transformar las redes afectivas y de representaciones de cosa; es entonces en la misma cadena asociativa que es necesario señalar el impacto. Las expresiones mimo-gesto-posturales pueden entonces acompañar las narraciones verbales, dan el cuerpo o la expresividad allí donde el sujeto teme que sean insuficientes, o que las palabras no alcancen a trasmitir el “todo” de lo vivido. Los niños y adolescentes están acostumbrados a esta expresividad corporal de acompañamiento, pero ésta nunca desaparece por completo de la expresión adulta. En las formas más elaboradas, el juego con el lenguaje y las palabras que lo componen, retoma, sostiene y desarrolla los juegos anteriores con las cosas, el registro mimo-gesto-postural o los afectos.
  • Por tranferencia en los aspectos no-verbales del aparato de lenguaje, es decir en la prosodia. La voz “dice” el derrumbamiento vivido derrumbándose ella misma; su ritmo de enunciación se disgrega, su intensidad intenta volcar las variaciones de intensidad de lo experimentado. Lo experimentado, transfiriéndose en el aparato de lenguaje verbal, lo afecta en los aspectos más “económicos” de su funcionamiento.
  • Por fin, después de la adolescencia, por transferencia en el estilo mismo, en la pragmática que éste confiere a los enunciados y que permite, en las palabras, en su arreglo mismo, que las cosas se trasmitan y sean comunicadas. Por ejemplo, en otro lado yo he mostrado[5] como el estilo de Proust, y en particular su manejo de la puntuación, trasmite al lector un soplo “asmático” sin que nada, o casi nada, traicione en el contenido mismo lo experimentado; o sea, en total inconsciencia. Toca ahora al lector experimentar lo que el sujeto no dice que experimenta, pero que trasmite a través de su “estilo” verbal. Sin embargo, la capacidad de trasferir en el estilo de enunciación la riqueza de la experiencia no es dada por igual a todo el mundo, y en todo caso no antes de la reorganización de la subjetividad en la adolescencia. Los niños aún no tienen verdadero estilo verbal.

 

 

Se podría así, sólo con la escucha de las cadenas asociativas verbales, trazar la historia del modo como las experiencias subjetivas precoces han sido retomadas en el aparato de lenguaje. Cuando la recuperación integrativa es suficiente, los tres registros del aparato de lenguaje que acabo de evocar, se conjugan para retomar las experiencias subjetivas precoces y darles un cierto estatuto representativo secundario, para simbolizar secundariamente la experiencia primitiva.

 

Estas distintas formas de transferencia de la experiencia subjetiva primitiva en el aparato de lenguaje no impiden que las mímicas gestuales y las posturas corporales acompañen la expresión verbal. Es en estos tres registros de la vida pulsional y de la vida psíquica que el sujeto los expresa. Él habla con las representaciones-palabra; trasmite por su gestualidad, su mímica, sus posturas, sus actos, las representaciones-cosa que lo mueven; expresa por todo su cuerpo la presencia de representantes-afecto que acompañan las otras formas de expresividad. La dominación del lenguaje verbal en la expresión de sí no debe hacer olvidar hasta qué punto está acompañada de una expresividad corporal sin la cual sólo muy mal desempeñaría su oficio. Una expresión verbal cortada de todo afecto y de toda expresividad corporal deja un efecto de malestar en el interlocutor; hace difícil la empatía; deja traslucir cómo el sujeto está clivado del niño que fue y del terreno de la experiencia afectiva humana. Las formas de lenguajes primeros, lenguajes del afecto y de la expresión mimo-gesto-postural, testimonios de los primeros tiempos de la vida psíquica, primeras tentativas de intercambio y comunicación, se mantienen toda la vida y permanecen necesarias a la expresividad, aún cuando el lenguaje verbal asegure su dominación sobre las formas de expresión.

 

La cuestión clínica central, que hemos seguido en el pensamiento de Freud y de la que ahora queremos ocuparnos, es la del devenir de las experiencias subjetivas precoces que secundariamente no han podido ser retomadas suficientemente en el aparato de lenguaje verbal. Hago la precisión “suficientemente” porque no se puede excluir, aún en aquellas de carácter traumático y desorganizador, una forma de ser retomadas en el aparato de lenguaje, al menos en lo que concierne a una parte de los “estados” narcisistas, y aún mismo de los “estados” psicóticos. Pero lo que me interesa particularmente aquí es que, lo que se ha sustraído tempranamente por represión, clivaje o proyección al proceso de simbolización por el lenguaje, va a buscar y encontrar formas de expresividad no verbales.

 

En todas las formas de sufrimiento narcisista-identitario de las cuales me he podido ocupar, una parte del cuadro clínico presentado desborda la sola expresividad verbal y se manifiesta por una patología del afecto o del actuar que me parece testimoniar, prolongando la hipótesis que propone Freud, la “reminiscencia” de experiencias subjetivas que precedieron la emergencia del lenguaje verbal.

 

La hipótesis que propongo, complementando las que él adelanta, es que estas experiencias subjetivas van a tender a manifestarse en formas de lenguaje no-verbales que prestan al cuerpo, al soma, a la motricidad y al acto su forma de expresividad prilegiada. Del mismo modo que el niño “pre-verbal” utiliza el afecto, el soma, el cuerpo, la motricidad, el registro mimo-gesto-postural, etc. para comunicar y hacer reconocer sus estados de ser, los sujetos aprisionados en formas de sufrimiento narcisista-identitario ligado a traumatismos precoces, van también a utilizar los diferentes registros de expresividad para intentar comunicarlos y hacerlos reconocer, y esto de un modo central en su economía psíquica.

 

Otro modo de presentar lo que yo deseo llevar a la reflexión, es decir que la representación pulsional – y es en esto que he podido proponer la idea de que la pusión es necesariamente también “mensajera” – se desarrolla y se trasmite según tres “lenguajes” potencialmente articulados entre sí y sin embargo separados: el lenguaje verbal y las representaciones de palabra, el lenguaje del afecto y las representaciones-afecto, y por fin el lenguaje del cuerpo y del acto en sus distintas capacidades expresivas (mímica, gestualidad, postura, acto …) que corresponden a representaciones de cosa[6] (y a las “representacciones” según la bella fórmula de J. D. Vincent).

 

Las experiencias subjetivas traumáticas a las que se refiere mi hipótesis en relación con los sufrimientos narcisistas-identitarios, están sometidas a las formas pulsionales primitivas: analidad primaria (A. Green) pero también oralidad primaria; es decir no reorganizadas bajo el primado de la genitalidad, aún de la “genitalidad infantil” (Freud). Son experiencias subjetivas que alcanzan al sujeto antes de la organización del “no” (tercer organizador de Spitz), antes de las primeras formas del “estadio del espejo” (Wallon, Lacan) y de la emergencia de la reflexividad, antes de la organización de la representación constante del objeto y la organización de la analidad secundaria (R. Roussillon), es decir, para dar una idea aproximativa, antes de la reorganización de la subjetividad que interviene la mayor parte del tiempo entre los 18 y los 24 meses.

 

Destaco estos diferentes “analizadores”, estos diferentes “marcadores” de la subjetividad, porque la falta en ser organizados va a colorear de modo específico el tipo de comunicación del cual el “lenguaje del acto” que trato aquí, va a ser portador. Éste, en efecto, va a testimoniar una organización pulsional primaria y poco organizada, de gran dificultad en la expresión de la negación, de un fracaso y una búsqueda de reflexividad, de una dependencia a las formas de presencia perceptiva del objeto. Se podría decir, parafraseando a Freud, “la sombra del objeto planea y cae sobre el lenguaje del acto”, etc.

 

De este hecho, el lenguaje del acto y del cuerpo queda en efecto fundamentalmente ambiguo; lleva un sentido potencial, virtual, pero éste depende del sentido que el objeto a quien se dirige le confiera (R. Roussillon 1983 retomado en 1991). Es un lenguaje que, más aún que cualquier otro, es “a interpretar”; no es más que potencialidad de sentido, potencialidad mensajera, sentido aún no realizado, en busca de respondiente; no agota jamás su sentido en su sola expresión; la reacción o la respuesta del objeto son necesarias a su integración significante. Es por esto que la clínica nos muestra la mayor parte del tiempo una forma “degenerada”, es decir, una forma en la que, si el respondiente no ha encontrado o suministrado la respuesta subjetivante adecuada, el sentido potencial ha perdido su poder generador.

 

Un ejemplo permitirá comprender lo que quiero decir. Se conoce la estereotipia clásica de algunos artistas o psicóticos fascinados por un movimiento de sus manos que parecen dirigirse indefinidamente hacia ellos. Los autores de orientación kleiniana evocan entonces una forma de auto-sensualidad. Sin duda. Yo imagino más bien, en lo que me concierne, que tal gesto “narra” la historia de un encuentro que no tuvo lugar. La primera parte del movimiento parece, en efecto, dirigirse hacia el exterior, hacia el objeto. Yo imagino entonces un objeto ausente, o no disponible, inalcanzable, indiferente, un objeto sobre el cual el gesto de encuentro “resbala” sin poder alcanzar un fragmento de respuesta; se vuelve entonces hacia sí, portador de aquello que no tuvo lugar en el encuentro. Vuelve vacío; va hacia otro virtual y vuelve hacia sí, olvida en su retorno aquello hacia lo cual tendía; pero este vacío, este olvido, están plenos de aquello que no tuvo lugar; este vacío “narra” potencialmente lo que no se produjo en el encuentro. La sombra del objeto no encontrado cae sobre el gesto, cae sobre el acto “en el vacío”, como sombra. Me pregunto si algunos de los significantes formales descriptos por Anzieu están constituidos así, como una primera “narración” motriz de experiencias de encuentro y de no encuentro con el objeto.

 

En los trabajos que dirijo en la Universidad de Lyon 2, que tratan sobre la criminalidad y la anti-socialidad, los actos criminales cometidos pòr los sujetos encontrados no aparecen nunca, profundizando el examen clínico, como puras actuaciones evacuadoras de tensiones internas o de mociones pulsionales. Son cometidos a menudo en estados alucinatorios o próximos a la alucinación, pero siempre testimonian, por indignantes que puedan aparecer, como tentativas de “ligazones significantes”, tentativas de ligazón por el acto de un trozo de la historia traumática del sujeto. Anteriormente[7] propuse la hipótesis a propósito del acto por el cual Edipo se revienta los ojos en la pieza de Sófocles; el acto intenta retomar, “cerner” (cercar, rodear, hacer una incisión circular) y comunicar una experiencia subjetiva que intenta evacuar.

 

No puedo multiplicar los ejemplos en el tiempo que dispongo, pero me gustaría destacar, para terminar, que la idea de un lenguaje del acto va mucho más allá del registro psicopatológico.

 

Primeramente evocaría el acto sexual en particular, que me parece ser interpretable según la línea que propongo. El encuentro de los cuerpos, de los cuales uno penetra al otro, el ritmo de “va y viene”, la dulzura, la brutalidad, la postura, la intensidad en el compromiso de sí mismo, “narran” al otro la pulsión de sí; pero también cómo, en el cuerpo a cuerpo primitivo “pre-verbal” con los primeros objetos, los cuerpos se encuentran, se penetran, y cómo esto se ha podido retomar integrado, mediatizado y simbolizado en lo sexual adulto. Los cuerpos “hablan” lo sexual; el acto sexual “narra” la experiencia de sí y la historia de la experiencia del encuentro con el objeto.

 

El lenguaje de los cuerpos en el mundo animal me proporcionará un último ejemplo. La “doma” de los delfines obedece a un ritual interesante que podría también encontrarse en ciertas formas del acto sexual o de encuentro corporal en el hombre. El domador debe comenzar por presentar una parte de su propio cuerpo, su brazo por ejemplo, por no decir su miembro, a la boca llena de dientes acerados del delfín. Éste podría, con un golpe de mandíbula, cortar lo que se le ofrece. Pero se contenta con ejercer una débil presión sobre el miembro ofrecido, el brazo, hace “sentir” que podría cortarlo o dañarlo, y se detiene sin lastimar al “domador” confiado. Luego este último puede retirar el brazo, y entonces el delfín se da vuelta y ofrece su vientre, la parte más vulnerable de su anatomía. El domador, a su vez, pone la mano sobre el vientre y ejerce una presión que significa tanto que él puede ejercer su poder sobre esa parte vulnerable, como el hecho de que no lo haga. He aquí un “diálogo” corporal que me parece ser el prototipo corporal de las operaciones que fundamentan lo que he llamado “transferencia de base” que se puede observar cuando una cura psicoanalítica se presenta bien. Claro que tal diálogo es polisémico; puede interpretarse de muchas maneras, del punto de vista de lo sexual comprometido, del punto de vista de las apuestas narcisistas de la vulnerabilidad y de la seguridad, etc., pero no es también la característica fundamental del lenguaje del acto, y de un modo más general, del cuerpo (parece que aquí hubiera un signo de interrogación, pero no hay).

 

[1] Presentado en el Coloquio de Lyon de marzo de 2006

 

* Traducido por la Psic. Esperanza Martínez, integrante del Grupo de investigación de Audepp sobre   Clínica y teoría

[2] Miembro de SPP – Lyon, France

[3] Ver en particular R. Roussillon 1995 para el síntoma somático y 2003 para el afecto.

[4] R. Roussillon 1995 – Perception, hallucination y solutions “bio-logiques” du traumatisme – Rev. Franç. Psychosomatique, Nº 8, PUF.

[5] R. Roussillon, 1994 – La Rhétorique de l’influence, Cliniques Méditerranéennes Nº 43-44 ÉRËS.

[6] Para desarrollos metapsicológicos más completos referencia a Roussillon 1995 – La metapsicología de los procesos y la transicionalidad, Rev. Franç psychanal Nº 5, 1375-1519, PUF o El placer y la repetición, Dunod, París (2ª edición, 2003).

[7] R.Roussillon 1987 – Las paradojas y la vergüenza de Edipo – Actualité Psychiatrique 1987 – 5 pp. 83-92 y Roussillon 1991 Paradojas y situaciones límite del psicoanálisis PUF.