La perlaboración y sus modelos

 

La perlaboración y sus modelos (EN ESPAÑOL)

La perlaboración y sus modelos [1]

                                                       Prof. René Rousillon [2]

 

  • Introducción y posición del problema.

El concepto de perlaboración es un concepto esencial de la práctica psicoanalítica aunque no aparece de manera consecuente más que dos veces en los escritos de Freud: en 1914 en el famoso artículo: “Recordar. repetir, perlaborar” y en 1926 en “Inhibición, síntoma, angustia”. Este concepto es esencial y quizás hasta identificador para la práctica psicoanalítica en cuanto se trata del concepto que mejor diferencia (según el mismo Freud) la práctica psicoanalítica de las prácticas de psicoterapias fundadas en la sugestión. Además, a pesar de aparecer en 1914 y en un contexto en el que se encuentra estrechamente articulado con una concepción del psicoanálisis centrada en la recuperación de recuerdos olvidados y podría por eso aparecer como relativo a una concepción poco articulada, el concepto ha atravesado el tiempo y los diferentes modelos y concepciones de la práctica psicoanalítica.

Sin duda no es por azar que un congreso de la IPA propone su examen en profundidad; esto debe aparecer como un signo de que se trata de un concepto de la práctica en el que los psicoanalistas de diferentes posturas pueden reconocerse todavía, por consiguiente se trata de uno de sus conceptos fundamentales, un concepto “transversal” a las diferentes concepciones del trabajo psicoanalítico.

Pero justamente si psicoanalistas de diversas tendencias pueden reconocer un aspecto importante de su práctica en lo que ese concepto busca abarcar, y que en un primer análisis parece ser de definición simple, es quizás porque esa simplicidad enmascara una complejidad y una diversidad de niveles de funcionamiento, es que me propongo esta reflexión.

Es, en efecto, a la exploración de esa diversidad que deseo consagrar mi presentación, y por ende a la descripción de diferentes registros de funcionamiento de la perlaboración, en función del tipo de trabajo psicoanalítico requerido por diferentes modalidades de coyunturas transferenciales así como a los diferentes modos de funcionamiento psíquico.

Mi hipótesis central es que, bajo diferentes formas y con posturas que pueden ser también bastante diferentes, la perlaboración acompaña todos los momentos y tipos de la práctica psicoanalítica, pero también según modelos y figuras bastantes diferentes.

Para intentar decir esto con ayuda de una formulación simplificada pero desde el primer momento bastante indicativa y utilizando lo que la lengua de Freud tiene de universal para los psicoanalistas, recordaré que cuando en 1914 él introdujo el concepto de la perlaboración, fue en relación estrecha con la cuestión de la resistencia. Pero en 1926 él distingue cinco tipos de resistencia de los que hace precisión y clasifica en tres grandes categorías: las resistencias del MOI (yo)(que son tres), la resistencia del Ello y la resistencia del superyó.

 

Propongo distinguir entonces, siguiendo la línea indicada por Freud, los modelos de trabajo de perlaboración según concierna especialmente:

  • las resistencias del yo, (MOI) (resistencia de represión, resistencia de transferencia, resistencia ligada a los beneficios secundarios de la enfermedad.
  • las resistencias del ELLO (compulsión de repetición, necesidad de simbolización).
  • las resistencias del SUPERYÓ (sentimiento inconsciente de culpa, de castigo, alienación de la subjetividad).

 

Estas tres formas de resistencia, llevan a formas de trabajo psicoanalítico diferentes y, si bien cada uno de ellas se acompaña de la necesidad de un trabajo de perlaboración, ésta no toma los mismos contornos ni las mismas posturas.

 

  • La perlaboración 1914: el primer modelo, la resistencia del YO (MOI).

Antes de entrar en los arcanos de esta complejidad es necesario empezar por tomar el problema tal como Freud lo sitúa en 1914, y tal como se le presenta al psicoanalista de esta época.

El concepto es evocado por Freud en una reflexión que reposa en la concepción de la cura fundada sobre el trabajo de la rememoración del pasado reprimido y sobre las resistencias que el paciente presenta a ese recuerdo. Se opone entonces a una concepción de la psicoterapia fundada en la hipnosis y la sugestión que se desarrolla sin resistencia y por lo tanto sin necesidad de perlaboración. En los dos casos se trata de permitir que lo que se ha reprimido pueda “descargarse” – lo que significa en este contexto (no es inútil recordarlo) “desarrollarse completamente” (Freud, 1914), “realizarse” psíquicamente, es decir integrarse – la diferencia está en el medio utilizado, en la relación entre el medio utilizado y la calidad de la convicción obtenida.

En la práctica psicoanalítica la convicción está basada sobre la alianza con los procesos secundarios, y es ésta la que la perlaboración va a tomar en cuenta. Es porque el yo del sujeto es “respetado” por la técnica psicoanalítica, que es necesario perlaborar el trabajo hacia los recuerdos reprimidos, allí donde la hipnosis o la sugestión cortocircuitan este trabajo contentándose, a la inversa, con un efecto de convicción fundado sobre la fuerza, casi alucinatorio, del retorno de la impresión primera.

La rememoración es así opuesta a un modo de retorno de la experiencia anterior y del pasado caracterizado por la obligación de la repetición (formulada desde 1914) y de sus formas procesales; la acción y la actualización transferencial del pasado reprimido.

Entre esta forma del retorno del pasado y la verdadera rememoración se interpone una resistencia, “la resistencia de la transferencia” (1926), la resistencia ligada a “l’agieren” mismo, a la forma “actual” y “actuante” del retorno.

Es esta resistencia que se trata de perlaborar primero: el psicoanalista propone una interpretación (más tarde Freud dirá más justamente una “construcción” es decir un término que insiste más sobre la idea de una hipótesis), que se comporta como un “pensamiento de espera” en dirección de los contenidos reprimidos, pero también como un “attracteur” de éstos.

El trabajo se desarrolla entonces “fragmento por fragmento”, “pieza por pieza” dice Freud; por lo tanto progresivamente, para hacer un camino a partir de los pensamientos de espera en dirección de las “emociones reprimidas” (Freud 1914) y de las escenas y recuerdos que las “presentan” y las “narran”. Impone entonces al analista lo que Freud llama una “prueba de paciencia”, en que se enfrenta a la “resistencia de la represión” según la formulación de 1926.

Esta lentitud del trabajo psicoanalítico se opone a una concepción de vuelta del pasado sobre el modelo anterior de la abreacción inmediata, modelo ilustrado por la resolución instantánea como el célebre film de Hitchcok MARNIE (Pas de printemps pour Marnie) “No hay primavera para Marnie”.[3] * Ella reposa sobre una concepción del funcionamiento de los procesos secundarios fundada sobre las pequeñas cantidades ( pieza por pieza, dice él). Pero también reposa sobre la aceptación de un trabajo de duelo que aspira a la “identidad de percepción”, tal como se manifiesta en la actualización transferencial y las formas de actuar transferenciales que ella implica (y las resistencias ligadas a los “beneficios secundarios de la enfermedad” según las formulaciones de 1914 y 1926). Esta debe ser suplantada por el pasaje y la aceptación de una simple “identidad de pensamiento”, es decir un equivalente representativo y simbólico de la escena primaria.

Sin embargo, como “nada puede ser matado en ausencia, ni en simple efigie” este trabajo presenta otra apuesta esencial. La resistencia, lo que ella actualiza también del pasado, lo que ella hace de él presente y activo, es tan importante como su levantamiento progresivo, es la “antinomia de la resistencia” según la fórmula de J.L Donnet(1967).

La perlaboración de la resistencia obliga a un verdadero trabajo psíquico que da peso subjetivamente al análisis y da valor a su “enjeu” apuesta. Es justamente porque hay una resistencia que actualiza lo reprimido en la cura, que lo hace tangible, que la postura de ésta y de sus contenidos reprimidos pueden ser reconocidos con el análisis. Es justamente porque es necesario trabajo, y tiempo para eso, y paciencia, y esfuerzos que el resultado del análisis hará posible un tipo de convicción fundada sobre la apropiación subjetiva del contenido del análisis: la energía desplegada será testigo de eso.

Sin embargo, un trabajo semejante supone un cierto modo de funcionamiento psíquico del analizado y del analista. Supone que la represión se ejerza sobre recuerdos o contenidos representativos que ya han sido conscientes y fueron reprimidos secundariamente, supone que el trabajo sea el de una “toma de conciencia” y por lo tanto, para decirlo rápido, que se haya organizado una “neurosis de transferencia”, que se presente como una formación intermediaria entre la neurosis histórica y la situación psicoanalítica.

La resistencia aparece entonces esencialmente como resistencia del preconsciente, del YO preconciente, la única evocada en 1914. El trabajo del psicoanalista puede ser presentado entonces como su capacidad de “adivinar”, a partir de asociaciones del paciente, qué representaciones inconscientes organizan las cadenas asociativas, y a reconstruir las escenas históricas que se esconden detrás de éstas, y luego comunicar al paciente las que son activadas en y por la transferencia.

La situación y la concepción de las apuestas de la perlaboración van a cambiar cuando Freud comience a pensar que “resistencias inconscientes” pueden “oponerse al levantamiento de las resistencias” y que el análisis se enfrenta a las “resistencias del superyó inconciente (y sus eventuales deformaciones), o a las formas que Freud llama en 1926 “las resistencias del ELLO)es decir las resistencias ligadas a la insuficiencia de transformación de los movimientos pulsionales del ELLO

La per laboración de las resistencias tomará entonces otras formas, y la teoría del trabajo psicoanalítico deberá ser más compleja. Al lado del trabajo sobre las resistencias del MOI, trabajo psicoanalítico que se califica como “clásico”, deberán desarrollarse formas de trabajo psicoanalítico de naturaleza diferente sobre las cuales el psicoanálisis contemporáneo está todavía trabajando.

Esquemáticamente deberemos entonces definir tres grandes modelos para el trabajo psíquico que se realiza durante la cura, tres modelos que corresponden a los tres tipos de resistencias separadas por Freud. Tres modelos que toda cura de psicoanálisis encuentra, aún si pueden estar presentes en proporciones variables en una cura u otra y si tal o tal modelo puede ser en alguna de ellas determinante.

El primer modelo es el modelo implícito en el texto de 1914 que acabamos de presentar, pero ya no es el único aunque conserve una pertinencia “regional” en los estados neuróticos. Corresponde a un objetivo de “toma de consciencia” de un complejo representativo reprimido. Como acabamos de ver la perlaboración tiene entonces como apuesta en primer lugar preparar el terreno para hacer posible y desplegar el retorno de lo reprimido a través de la maraña asociativa sobre las formaciones preconscientes que son sus retoños. Después, cuando esto produce suficientes manifestaciones y señales de su maduración, ella permite un trabajo de exploración “fragmento por fragmento” de las razones y las apuestas de su represión anterior, trabajo que se espera permita estabilizar su aceptación por la elaboración de sus formas de expresión.

Pero la represión anterior, o propiamente dicha, puede ser también el efecto de una “represión original” (Freud 1926). Y la profundización de la cura, y esto es a veces de manera crucial como en las coyunturas transferenciales en que las problemáticas narcisistico-identificatorias son suficientemente centrales, obliga también a perlaborar la represión originaria, lo que lleva a separar un segundo modelo.

 

·           El trabajo del “devenir consciente y la resistencia del Ello, un segundo modelo de perlaboración: el juego.

 

Este puede ser ubicado a partir de los textos de Freud de los años 1923-26, que describen las coyunturas clínicas en que el material inconsciente no ha sido representado ni reprimido secundariamente porque nunca ha accedido anteriormente a la conciencia. Su forma no ha sufrido las transformaciones y la puesta en representación anterior que le hubieran permitido “volverse conciente” (Freud 1923-26)

Veremos en le próximo parágrafo las implicaciones del tercer modelo fundado sobre el trabajo de apropiación subjetiva además de sobre la simbolización como ocurre en el segundo. Por el momento me propongo examinar lo que es el trabajo de perlaboración en el segundo modelo, el que está fundado sobre el trabajo de transformación necesario al “devenir consciente”, es decir a la perlaboración de la resistencia del ELLO.

Esta concierne a las coyunturas históricas de naturaleza o de efecto traumático en que los contenidos inconscientes han sido contra-investidos desde el comienzo, antes de toda toma o representación consciente suficiente. Las situaciones y los modos de relación traumáticos, por el intenso displacer, quizás el horror o la agonía que implican, no permiten al sujeto hacer el trabajo de metabolización de la experiencia subjetiva que producen en él. La defensa primaria actúa de manera casi automática, desde que se desencadena el temor, el terror o la amenaza de aniquilación que la experiencia traumática comporta, y esto aún antes de que el sujeto haya podido vivir suficientemente y representarse lo que vivía (Freud, Winnicott). Ella sustrae así de la subjetividad las condiciones perceptivas y sensoriales a partir de las cuales el MOI sujeto podría construir un sentido aceptable para lo que siente.

Pero también se puede pensar – y sería la tendencia actual de muchos psicoanalistas – que de una manera más general y fuera de todo contexto traumático particular, la “materia primera psíquica” según el término de Freud (1900, 1920, 1923) que se produce en la frontera del ELLO y el YO cuando el Ello debe “volverse” YO, es por esencia hiper-compleja. Ella mezcla, en efecto, percepciones múltiples, sensaciones diversas, mociones pulsionales varias y potencialmente en conflicto, ella mezcla la parte de SOI en la experiencia subjetiva y el compromiso pulsional y la parte del otro y de sus respuestas al compromiso pulsional del sujeto.

Ella produce entonces, en el origen, formas a menudo tan intrincadas y condensadas que no pueden ser integradas como tales, y que se presentan a menudo enigmáticas y confusas. Para ser integradas ellas deben ser progresivamente desordenadas y transformadas con ayuda de un va y viene, adentro-afuera, de un juego de transferencias y transposiciones sucesivas. La vida ofrece a menudo al sujeto las posibilidades de juego necesarias a esas transferencias y transposiciones, pero a veces esto no ocurre hasta que el análisis y la situación específica lo hacen posible. Aquello que no ha sufrido ese trabajo de descondensación, de transposición y de transformación, ese trabajo de metaforización que caracteriza a la representación simbólica, no puede “devenir consciente”. Es entonces “reprimido originariamente” según los términos de Freud (1915-26) y antes de toda subjetivación verdadera.

La represión originaria “atrae” enseguida represiones o clivajes secundarios, que son las únicas manifestaciones visibles de su acción.

Así pues, a menudo en el análisis más allá del trabajo realizado sobre la represión secundaria que hemos evocado a propósito del texto de 1914, se perfila otro trabajo que concierne a la transformación de la “materia primera psíquica” en una forma que la haga apta a volverse consciente y a ser integrada en el YO. La vectorización de este trabajo ha sido formulada por Freud en 1932 en una fórmula célebre: “ Wo es war soll ich werden”. “Donde era Ello, yo debe advenir”

El modelo de perlaboración implicado entonces corresponde al trabajo que debe ser realizado a la vez por el analista y el analizado para operar las transformaciones necesarias para que el material inconsciente primitivo, (el que nunca se ha vuelto consciente pero que es subyacente a las represiones secundarias y es siempre capaz de provocar nuevas represiones) sea susceptible de hacerse consciente. Este trabajo consiste en primer lugar en ayudar a descondensar la materia primera psíquica para hacerla representable, todavía acá “fragmento por fragmento”, “detalle por detalle”, es decir a metabolizar la resistencia propia de la materia psíquica inconsciente, de su naturaleza (S. Freud 1923) y de los movimientos pulsionales que ella cobija y los que da forma.

Por supuesto, para esto es necesario primeramente que se transfieran a la situación psicoanalítica los enjeux específicos ligados a la resistencia del Ello. Aquí también hay una “antinomia de la resistencia”, que aquellos que se enfrentan a las “situaciones límites del psicoanálisis”, según el término que he propuesto (R. Roussillon 1991) para describirlas, conocen bien “situaciones límites que es necesario saber reconocer y entender como formas de la resistencia del ÇA a través de formas transferenciales de reacciones terapéuticas negativas, de transferencias delirantes (M. Little) o pasionales , pero también a través de formas menos manifiestas o menos ruidosas, más marcadas por la inercia como las de melancolía fría o el masoquismo de funcionamiento.

Cuando la transferencia lo permite, se trata de despegar progresivamente los fragmentos y componentes de la experiencia activada bajo forma de una “identidad de percepción” que caracterizan la forma perceptiva primera y que pueden llegar hasta manifestaciones alucinatorias, para que la materia primera de la experiencia subjetiva comprometida en la transferencia pueda reconocerse como “representación psíquica”, entonces necesariamente parcial, y que pueda inscribirse entonces en el registro de la identidad de pensamiento.

En suma, se trata de permitir que aquello que se “presenta” en la superficie psíquica pueda reconocerse como re-presentación de una faz del pasado, y no más como actual. Lo que implica una tarea de metabolización de las mociones pulsionales y experiencias traumáticas, un trabajo de transformación de la experiencia subjetiva primera en una forma representativa susceptible de “devenir consciente”. Este trabajo pasa siempre por un trabajo de (re)construcción implicando al analista y potencialmente comprometido para él. Volveremos sobre este punto esencial.

El Yo, como subraya Freud en 1923, no puede efectivamente trabajar más que a partir de “representaciones”; debe transformar todo en representación psíquica, y en particular verbal, tanto las percepciones como las sensaciones, las mociones pulsionales o los afectos; es decir, todos los componentes de la materia primera psíquica. Es el primer trabajo de toma cualitativa de la experiencia subjetiva.

Después debe explorar los diferentes aspectos psíquicos, las diversas facetas de ésta para familiarizar al pensamiento con su “inquietante” extrañeza primera y así hacerla progresivamente integrable.

Un trabajo tal de perlaboración puede ser abordado a partir del modelo de juego de niños, tiene la misma función que éste en la infancia; dominar las situaciones difíciles y potencialmente traumáticas para permitir simbolizar y preparar así su apropiación subjetiva o la subjetivación.

Ubicar y transferir las sensaciones, percepciones, pulsiones, en los “objeux” animados, y así difractarlos para explorar sus características propias y hacerlos más fácilmente aprehensibles, desarrollando todas sus diferentes facetas. Es por esto que pasa por la repetición necesaria a la exploración “fragmento por fragmento”, “pieza por pieza”, igual que en el juego de los niños. Perlaboración y repetición van aquí parejos, y corresponde al psicoanalista diferenciar esta repetición inevitable y fructífera, que emana de lo que he propuesto llamar la “necesidad de simbolización” (R. Roussillon 1988, 1991, 1995).

Es necesario ahora volver a insistir sobre el hecho de que este tipo de trabajo de perlaboración se efectúe a menudo entre dos, estando entonces el analista mucho más implicado y por lo tanto potencialmente comprometido que en el primer modelo evocado más arriba. Este se efectúa de a dos y con el analista, lo que ha podido poner el acento sobre los aspectos intersubjetivos de la cura, sobre el co-pensamiento (D. Widlöcher) la construcción (R. Rousillon 1984) pues la representación psíquica no está dada sino que tiene que ser construida, es el fruto del trabajo del análisis. Este trabajo entre dos, en que “dos áreas de juego se superponen” (Winnicott 1971) es la ocasión de un compartir de experiencia y de una recarga libidinal que son indispensables para que las experiencias en sufrimiento de simbolización del paciente puedan ligarse e integrarse a la trama del YO preconsciente. Es un trabajo que he propuesto describir como “lado a lado”, aún si la situación se mantiene disimétrica en la medida en que cada uno se apoya sobre el otro y sobre el trabajo del otro para hacer su propia parte. Es a propósito de esto que la fórmula de Winnicott “el análisis se desarrolla allí donde se superponen dos áreas de juego” tiene el máximo de pertinencia, y es por eso también que he propuesto el neologismo de “enje(u)” para describirlo.

La idea de un trabajo de construcción “lado a lado” contiene también así la idea de una forma de trabajo en paralelo y “en doble” sobre el cual pongo el acento; con C y S Botella pero por otro camino que ellos.

La perlaboración se efectúa entonces en el campo estructurado por dos escenas distintas, la del analizado y la del analista, distintas pero ligadas entre sí e implicando una exigencia de trabajo de ligadura. Ella se efectúa entre las dos escenas, en el trabajo de puesta en ligadura y de articulación de los dos escenarios. El analista se apoya en su empatía de lo que sucede y no llega a tomar completamente forma en su paciente para intentar sentir y reconstruir las experiencias subjetivas que entran en la “constelación” (Freud 1938) transferencial. Es así un trabajo de “simbolización de a dos” que deberá efectuarse; lo que no ha podido ser simbolizado históricamente con los objetos primeros del paciente debe encontrar en el trabajo psicoanalítico una segunda oportunidad de efectuarse         (H. Faimberg 1998).

Siendo esto así, como ya he subrayado, el analista se encuentra implicado en el trabajo y no puede evitar totalmente el encontrarse en él comprometido, lo que abre la cuestión de la perlaboración de la seducción y de la sugestión inevitable en y por el análisis, y la sugestión de su lazo transferencial con las seducciones sexuales significativas del paciente. Somos así llevados a la cuestión de la “resistencia” del superyó que es heredera de la anterior, y en particular a la cuestión del superyó severo y cruel” (Freud 1923) cuyo análisis debe ser cuidadosamente dialectizado con la de la resistencia del Ello. “La sombra del objeto (y del analista) ha caído sobre el análisis” (R. Roussillion 2000).

Podemos ahora abrir nuestra reflexión sobre la tercera forma de resistencia y el tercer modelo de trabajo de perlaboración.

 

 

 

  • Perlaboración y resistencia del superyó: tercer modelo y “enjeu” (apuesta)

 

Cuando Freud trata en 1923 la cuestión de la reacción terapéutica negativa, él subraya que aquí encuentra el problema de saber a quién pueden corresponder los resultados del análisis. Subraya que una cuestión central se moviliza por el trabajo psicoanalítico: la de las condiciones de la apropiación subjetiva de ese trabajo por el analizado. También se presenta nuevamente la cuestión de la amenaza de seducción y de sugestión en y por el análisis y el fantasma de la hipnosis que ya habíamos cruzado en el texto de 1914. No es por azar que Freud vuelve entonces en diferentes textos de la época, a la cuestión de la transmisión inconsciente del pensamiento.

Recuerda además, en una nota del artículo de 1923 y siempre a propósito de la reacción terapéutica negativa, que el sentimiento inconsciente de culpabilidad subyacente a la reacción terapéutica negativa puede resultar de una “identificación prestada” hipótesis que recorta esta cuestión. Cuando el trabajo psicoanalítico se efectúa entre dos, en co-pensamiento como dice D. Widlöcher, en co-construcción como propuse yo en 1984, la cuestión favorece las condiciones para que ese trabajo no tema formas de sugestión alienantes y no provoque rechazo o exacerbación del negativismo. Tanto más cuando nos confrontamos con coyunturas transferenciales en las que las problemáticas narcisistas están en primer plano.

No basta pues representar y simbolizar la “materia primera” psíquica, es necesario además que quién efectúa esta simbolización sepa, porque medios y de qué formas de apropiación subjetiva acompañan el trabajo de simbolización. Como lo hace notar Freud a propósito de los sueños de complacencia en 1923, se puede “soñar por cuenta del analista”, sustituido entonces al superyó para seducir o al que debe someterse pasivamente. Pero existen también formas del superyó que se oponen al proceso psicoanalítico y que constituyen formas de resistencia al mismo que provocan perturbaciones del funcionamiento psíquico.

Se piensa naturalmente en el superyó “severo y cruel” que Freud evoca en 1923, y que desregula el funcionamiento psíquico al tratar la simple representación como un acto, confusión que coloca al YO en un impase. Se vuelve así un “puro cultivo de pulsión de muerte” (Freud 1923). El superyó puede pues exigir demasiado del YO, desposeerlo de los beneficios de su trabajo de simbolización, o aún negarle las condiciones necesarias para efectuar esa simbolización. En 1929 en “El malestar de la cultura”, Freud no declara que es necesario “rebajar sus pretensiones” (las del superyó) y entrar en lucha contra sus exigencias extremas. Pensamos por supuesto en los ideales impuestos al Yo por el superyó.

 

Analizar la resistencia del superyó, perlaborar esa resistencia, es entonces remontarse a la manera en que la “sombra” de los objetos parentales del paciente han caído sobre el YO y han contribuido a la formación del superyó. La “sombra de los objetos” parentales, es quizás también la de su propio superyó, como precisa Freud. Pero es también examinar cuidadosamente como la sombra de los ideales, de las teorías, de las particularidades de funcionamiento del analista mismo peligra caer sobre el análisis y el analizado. Recordamos que es ya una cuestión central en las reflexiones técnicas de S. Ferenczi, que denunciaba lo que llamaba “la hipocresía profesional” de algunos de sus colegas. Esta cuestión es también central en Francia en el artículo consagrado por D. Anzieu a los “Principios de análisis tradicional en psicoanálisis individual” de 1989; ella es esencial en el aporte de Winnicott y el análisis de los empantanamientos psíquicos.

Inevitablemente, en el trabajo de co-construcción necesario, la perlaboración de las resistencias del Ello y de las materias arcaicas, el analista no puede dejar de develar algo de su propio funcionamiento, de sus propios ideales. Enmascarar este hecho es correr el riesgo de enquistar un punto de contra-transferencia y exacerbar la sumisión o la rebelión del analizado frente a un superyó-ideal del yo alienante. Inevitablemente esta contra-actitud del analista entra en colisión con las apuestas transferenciales de la “resistencia del superyó” y no permite perlaborar la historia.

Inversamente aceptar asumir lo que hay de sugestión-seducción inevitable en el análisis es abrir el camino a la perlaboración de la dimensión histórica de la resistencia del superyó, y permitir que éste se “transicione” progresivamente. Es una apuesta esencial de la apropiación subjetiva del análisis el que éste permita que el superyó sea él también apropiado subjetivamente. Esto es lo que ha podido hacer decir a J.L Donnet que sería necesario transformar la fórmula de Freud de 1932 para decir “Wo Es, und Uber-Ich”, war soll ich werden, es decir “Allí donde estaban el Ello y el superyó , es necesario que el YO-sujeto llegue.

En mi experiencia clínica, es uno de los puntos pivotes de de este trabajo de transicionalización, junto al trabajo hecho posible por el desarrollo de las capacidades del juego, que abre la posibilidad de que los procesos de simbolización se desarrollen en encontrado-creado, pasando por la capacidad de los analizados de “decir no” al analista. Un “no” profundo que les permita evitar la alienación de las posiciones de sumisión o de rebelión (las cuales, la mayoría de las veces atestiguan la derrota del sujeto al decir un “verdadero” no, que no sea un no superficial, un no paradojal de complacencia).

Cuando esta capacidad al “no” no es conseguida por el analizado, una forma de la perlaboración va a concernir particularmente a las formas llamadas del “negativismo”, que son las manifestaciones alternativas de la necesidad del analizado de poder mantener una diferenciación suficiente con el analista. Se trata así de evitar que la sombra del analista, de sus ideales, de sus teorías a priori, caigan sobre el analizado con peligro de una resexualización de las relaciones del sujeto al superyó que amenaza.

En estas coyunturas clínicas el trabajo de perlaboración se superpone a un trabajo de puesta a prueba del analista y de su narcisismo, que deben entonces “sobrevivir”, según la expresión de Winnicott, para hacer posible el trabajo de diferenciación YO /no Yo, que pase entonces a ser la apuesta central del análisis y de la perlaboración psicoanalítica. Sin este “despegue” del analizado y el analista, el juego de collage-décollement, del Yo y el superyó, de intrincación-diferenciación del Yo y el superyó, no puede efectuarse con libertad suficiente, queda sujetado a las formas de sujeción infantiles.

Sin ese despegue, el analista no hará más que sustituir a las influencias históricas de los objetos significativos del analizado la influencia de sus propios ideales, valores y a priori, y el análisis se comporta como otra forma de “máquina de influenciar” o de “sugerir”, y esto a pesar de toda su buena voluntad o su ética profesional. La influencia del analista, su poder de sugestión, es inevitable, porque no depende solamente del analista y sus precauciones para no ejercerlas sobre sus pacientes, dependen también de la forma de transferencia y de la función que ésta confiere al analista. Eso forma parte de la cuestión de la perlaboración de la “resistencia del SURMOI” que de ser sensible a los efectos de esta cuestión y a sus formas de manifestación y de dotarse de condiciones para su análisis.

La sensibilidad y la atención para ocuparse de esta cuestión requieren a su vez la posibilidad de un análisis de lo que Winnicott llama “uso del objeto”, es decir la capacidad del analizado para utilizar al analista y a la perlaboración para realizar un análisis de las condiciones del narcisismo.

  • Conclusión:

En los tres “modelos” expuestos y en las tres coyunturas transferenciales estudiadas más arriba, el trabajo de perlaboración está siempre presente, pero cambia de naturaleza a medida que cambia de ’enjeu” en « l’entre jeu » (interplay) del encuentro psicoanalítico. La perlaboración es esencial al trabajo psicoanalítico; sólo ella procura el tiempo necesario para que los procesos psíquicos puedan ser reconocidos, domeñados, explorados y apropiados. Pero sobre todo sólo ella asegura las condiciones para que el trabajo psicoanalítico no sea tomado solamente en la dimensión preconsciente de la psiquis sino que se enfrente a las apuestas verdaderamente inconscientes que las formas de resistencia enmascaran y revelan a la vez, que desemboque en una convicción verdadera. Por esto es que la perlaboración sigue siendo el concepto central de la técnica psicoanalítica, el concepto de fundamento de ésta, aquel por el cual ella tiene la oportunidad de no ser una nueva forma de sugestión, de no quedar como una forma sofisticada de sugestión, apuesta esencial del psicoanálisis contemporáneo.

Traducción: Jahel Machado

Corrección: Marta Alambarri

Bibliographie

 

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Freud

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1915 L’inconscient, OC XIII.

1920 Au-delà du principe du plaisir OC XV.

1923 Le moi et le Ça, OC XVI.

1926 Inhibition, symptôme angoisse, 1968, PUF.

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J-L Donnet.

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1995 La métapsychologie des processus in Rev Franç de Psychanal, N°5, 1995.

  1. La capacité d’être seul en présence de l’analyste et l’appropriation subjective in Pratiques de la psychanalyse, sous la direction de J.Cournut et J.Schaeffert, PUF.
  2. L’homosexualité primaire en double et la dépendance primitive, Revue Franç psychanal N°3.

Winnicott

1969 Jeu et réalité. Trad franç 1975, NRF.

 

 

[1] Trabajo presentado en el Congreso IPA de Berlín 2007

[2] Miembro de SPP –Lyon Francia

[3] EN ESPAÑOL SE LLAMO MARNIE LA LADRONA, en inglés MARNIE.

Marnie es una ladrona que va cambiando de identidad y de lugar de trabajo según va cometiendo sus fechorías. Mark Rutland a pesar de que la reconoce, decide darle un puesto como secretaria. Aprovecha además para seducirla, pero Marnie se las ingenia para rechazarle y huir con la caja fuerte. Mark que descubre el robo, decide ir en su búsqueda. Cuando por fin la encuentra, en lugar de entregarla a la policía se casa con ella. Pero el viaje de novios en barco es un desastre. Marnie, incapaz de estar a solas con un hombre, intenta suicidarse tras haber sido forzada por Mark.
Marnie se va descubriendo, poco a poco, ante Mark como una auténtica neurótica, a la que aterra el color rojo, y además es cleptomana. Mark contrata los servicios de un detective al saber que su esposa tiene madre. Marnie volverá a intentar cometer otro robo, esta vez en la casa de los Rutland. Finalmente Mark decide llevarla a Baltimore donde vive su madre quien le confiesa el secreto que guarda Marnie. Marnie para defender a su madre, prostituta, asesinó a un marino borracho cuando apenas contaba cinco años de edad. Mark deberá ayudar a Marnie en su recuperación tras descubrir toda la verdad

* Marnie es una bella y compulsiva ladrona que no puede soportar ser tocada por ningún hombre ni la vista del color rojo. Se pone a trabajar para el editor Mark Rutland, y luego intenta robarle. Mark queda intrigado por el comportamiento de Marnie, hasta el punto de que se casa con ella, para intentar protegerla. Se siente tan enfermo como su esposa por tener el extraño deseo de hacer el amor con una ladrona, aunque también intenta descubrir las razones de su compulsivo comportamiento. Durante una complicada trama, Mark fuerza a su mujer a enfrentarse a sus terrores y su pasado, como si en realidad fuera su psiquiatra y no su esposo. Finalmente, se producirá un inesperado desenlace cuando, a raíz de un trágico accidente, Marnie recuerda una escena olvidada de su infancia