SEMINARIO 2009-2.Introducción EL PLACER Y LA REPETICION
ROUSSILLON
TITULO ORIGINAL:LE PLAISIR ET LA REPETITION
EDIIT DUNOD 2001
INTRODUCCIÓN:
LOS ENVITES CLÍNICOS DE UNA METAPSICOLOGÍA DE LOS PROCESOS
Cuando en 1920. Freud decide introducir en “Más allá del Principio del Placer”, bajo la forma de un automatismo o de una compulsión a la repetición, sea cual sea el carácter revolucionario, para los asentamientos de la teoría de una tal proporción; revolución que no va a cesar de movilizar resistencias al cambio y a la introducción de las consecuencias que un principio de este tipo implica, decíamos, que cuándo Freud decide introducir un más allá del principio del placer, tiene ya una experiencia y una confianza suficientes en el Psicoanálisis, como para pensar que éste, tiene la capacidad de integrar la novedad, sin que sean destruidas las adquisiciones anteriores. Freud adopta, entonces, la única actitud generadora de creatividad en el seno de la Metapsicología, somete la cuestión de la compulsión a la repetición a la prueba del principio del placer, más tarde, a la resistencia de un “residuo suficiente” de realidad psíquica que no se deja subsumir bajo el principio del placer-displacer, entonces se pone a trabajar para producir progresivamente las mutaciones teóricas que este residuo implica. Es esto lo que da un sentido profundo al movimiento, y a la evolución de su pensamiento.
Ya que, ciertamente, si el espíritu de la Metapsicología, en lo que es esencial, respira bajo los enunciados fundadores de sus vértices, es, sin embargo, alrededor de su proceso de construcción-deconstrucción, que libra la quintaesencia de sus particularidades en el campo de la teorización. La Metapsicología se caracteriza, sobretodo, en efecto, por el hecho de que es un proceso de teorización que reinterroga, al hilo de su recorrido, sus propios fundamentos, o más bien que deja a la vida psíquica, ceñida en la clínica de lo cotidiano, reinterrogar sus fundamentos y sus dogmas.
Cuánto más la tesis, cuestiona los fundamentos mismos de su asentamiento, va a exigir más tiempo y esfuerzo, y más va a movilizar resistencia e inclusos clivajes que deberán ser reducidos por el avance, también se transportará a los confines de la inteligilibilidad y conconfrontará sus lógicas escabrosas, cuánto más se pueda dar esta situación, sus envites serán más esenciales.
Desde 1920. hasta los años 1937 y 38, Freud abre un amplio sendero teórico para intentar encajar la Compulsión a la Repetición en su teoría, para poder ceñir el impacto de los procesos psicóticos y de las fijaciones perversas sobre la concepción metapsicológica del funcionamiento psíquico. Debe integrar estas clínicas “límites” o extremas en el seno de la inteligibilidad psicoanalítica, con el riesgo de escribir las figuras de la feminidad y de la negatividad que se revelan en el núcleo de los pliegues y de las configuraciones de la historia del desarrollo psíquico.
En 1937 las diferentes líneas que recorren el entramado de la obra metapsicológica de Freud, son de una coyuntura teórica tal, que se va a poder franquear un paso adelante. El trabajo previo bajo las formas de la perversión y su relación con la feminidad-masoquismo, después fetichismo- bajo la cuestión de la realidad de la psicosis, cuyas formas arcaicas de la historicidad, parece precipitar, en dos textos densos, “Construcciones en el Análisis” y “El clivaje del Yo en los procesos de Defensa”, la quintaesencia de las nuevas proposiciones teórico-clínicas, ricas en implicaciones técnicas.
La psicosis (“Construcciones en el Análisis y el Abregè”) liga el vínculo entre el delirio y la alucinación, y la verdad-realidad histórica; el delirio es reminiscencia de acontecimientos arcaicos no-representados en el momento, ni après coup, que infiltran alucinatoriamente el presente del sujeto y lo invaden en su relación con el presente.- La Perversión, y después la Psicosis, permiten precisar los procesos de clivaje del Yo y así, la posibilidad de pensar en la coexistencia de una percepción y de una alucinación antagonista, sin embargo y paradójicamente, reunidas y suturadas, intrincadas en el fetiche[1].
Este conjunto de proposiciones podría ser tratado más que como una variante del proceso, ya clásicamente descrito, y no implicaría, así, ningún trabajo metapsicológico particular. Sin embargo, Freud mismo insiste en el hecho de que se trata de “descubrimientos” y de descubrimientos que contienen implicaciones particulares considerables.
He intentado, en los capítulos que siguen, de sacar un cierto número de consecuencias de la introducción del automatismo y de la compulsión a la repetición, “más allá del principio del placer”; desearía ahora, como ya lo había anunciado, partir de lo que fue históricamente el punto de salida efectivo de mis interrogantes teóricos, y en mis tentativas de elaboración metapsicológica, es decir, de algunas formulaciones esenciales de los textos de Freud del 37 y del 38 y de las clínicas que les corresponden.
“El delirio es una manera de sufrir reminiscencias”, así podría ser formulada la proposición central del final de Construcciones en el Análisis. Pero la forma en la cuál el proceso psicótico “sufre reminiscencias” conlleva toda una serie de particularidades que la diferencias de la Histeria y de la Reminiscencia Histérica. La “Reminisciencia Histérica” está tejida de representaciones de tejido simbolizadas, entrelazadas con los acontecimientos históricos; la “Reminiscencia Psicótica” está hecha de percepciones, de afecto o de sensaciones brutas, no-simbolizadas, traumáticas, restos de una historia no subjetivada que intentan inscribirse en la historia infiltrándose de forma alucinatoria en el presente del sujeto. Freud lo precisa bien, el delirio y la reminiscencia que la habita, no se deben interpretar bajo la hégira de la realización alucinatoria de deseo, deben verse como una reactivación; en la actualidad del presente del sujeto, reactivación de una zona traumática, es decir no-representada,-y yo añadiría, no históricamente no representable por el sujeto- de una verdad histórica del traumatismo[2]. Los deseos que buscan realizarse no testimonian más que la búsqueda, a toda costa, de encontrar algunos motivos de satisfacción, a esta necesidad el sujeto no ha podido sustraerse.
La alucinación del proceso psicótico no revela, por lo tanto, un mecanismo de realización alucinatoria de deseo, que suponga una huella representativa llevada al estado perceptivo, es más bien la revelación de su fracaso y del fracaso del esfuerzo del sujeto, por inscribir simbólicamente su marca subjetiva propia, el fracaso por apropiarse de lo que ha estado confrontado. La alucinación central del proceso psicótico, testimonia, entonces, procesos más allá del principio de placer, pero también más allá de la simbolización subjetivante. Alucinación perceptiva, y realización alucinatoria del deseo, deben ser teórica y clínicamente distintas; deben, incluso, ocupar posiciones tópicas opuestas en el curso de los acontecimientos psíquicos. Esto no se ha tenido suficientemente en cuenta, en la teorización psicoanalítica actual.
Tales consideraciones que salpican la obra de Freud, por ejemplo en el Abregè, en el “Moisés y la religión monoteísta” y sobre todo en “El Clivaje del Yo en los procesos de defensa”, interrogan profundamente las bases del edificio metapsicológico y hacen aparecer algunas implicaciones que están ya sugeridas en las primeras formulaciones de la segunda Metapsicología de 1920, sin que en la época en que se formularon hubieran sido aclaradas.
De esta manera, al par Represión-Vuelta de lo Reprimido y al hiato intrapsíquico que supone, viene a añadirse otro par procesual, el del Clivaje del Yo-Vuelta Perceptiva Alucinatoria (o actuada), de experiencias traumáticas no simbolizadas y clivadas que yo propongo llamar analógicamente “vuelta de lo clivado”. A la realización alucinatoria de las representaciones de deseos, viene a oponerse la alucinación de lo que no ha podido conseguir un status interno de representación y que ha desencadenado una retirada o abolición de la subjetividad. Hay experiencias históricas inolvidables, inausentables, no ligadas, no sujetas a represión, en relación a las cuales, el Yo, -para no sucumbir- no tiene otros recursos más que desgarrarse, clivarse o retirarse, para protegerse de la invasión de lo alucinatorio y de su vuelta constante, de la compulsión interna de la vuelta sensorio-perceptiva. La perversión convierte en perceptible la cicatriz[3] durable de un tal clivaje, allí dónde la psicosis testimonia de lo que no se puede mantener más en su función protectora.
Estos son los hechos psíquicos que la clínica de la Perversión y de la Psicosis, o más tarde, la de las “soluciones biológicas”, que se imponen en aquel momento al pensamiento de Freud y al pensamiento psicoanalítico; determinados acontecimientos pueden estar conservados en el estado de huellas internas sin estar autorrepresentados como representaciones, es decir, como huellas del pasado representadas. Pero a su vez estos hechos se imponen a otras cuestiones.
Si la alucinación perceptiva conlleva la huella de “verdades-realidades históricas no representadas” ¿Cómo una “Vuelta de lo perceptivo” se puede concebir? ¿Cómo una tal alucinación perceptiva[4], puede atravesar el aparato psíquico, mezclarse con la percepción actual e imponerse a la Conciencia sin tomar el status de una representación psíquica? Si estas huellas perceptivas, de estas experiencias anteriores arcaicas, prehistóricas, son reactivadas de forma alucinatoria ¿cómo se han podido conservar en ese estado hasta ese momento? ¿cómo se han podido sustraer a los après-coups representativos y al trabajo de concatenación de las cadenas mnémicas, a las necesidades de ligazón y de religazón psíquica anterior?. Estas son las cuestiones que no tardaba en encontrar en el momento de mi lectura de las primeras traducciones francesas de los textos de Freud de esta época. Estas son las cuestiones que han alimentado desde entonces numerosos años de punto de partida de mis elaboraciones teóricas y clínicas.- Estas son las primeras cuestiones del trabajo de presento.
Las cuestiones encontradas y formuladas a partir de “Construcciones en el Análisis” y “El Clivaje del Yo” constituyen para mí de forma general, por la coherencia metapsicológica “una exigencia de trabajo” teórica que venía a añadirse a las existencias de trabajo técnico, que la existencia del Clivaje del Yo, implicaba.
Si nos tomamos en serio las propuestas de 1937 y 1938, esto implica la producción de un trabajo de reorganización après-coup, del cuerpo metapsicológico que permite insertarlas en su coherencia de conjunto, sin, por otra parte, dejar de lado lo esencial de las adquisiciones anteriores. Me ha parecido que la forma más heurística de emprender esta tarea era de considerar que los enunciados innovadores del 37 y 38 podían estar considerados como “efectos retardados” de la mutación metapsicológica de 1920 y de la introducción de un nuevo principio de fundamento para el funcionamiento psíquico, ya que ellas contenían soluciones a lo que quedó en impasse en la amplia tentativa de ensayo de la metapsicología de 1915, contenidos implícitamente en el juego del despliegue de las consecuencias de la compulsión a la repetición, inducidas por la introducción del primado de una compulsión o de un automatismo de repetición, los enunciados del 1937 y 1938, concerniendo el clivaje, la alucinación, la reminiscencia, deberían ser poco a poco desprendidos por Freud a lo largo de un trabajo de perlaboración metapsicológica que iba a encontrarse en su camino, un conjunto de resistencias tanto clínicas, técnicas como teóricas. Añadamos que el trabajo emprendido en la época, no se terminó en el 1938, y una gran parte del intercambio psicoanalítico actual conlleva la marca de la historia de este trabajo de perlaboración, cuyas huellas infiltran todavía nuestros debates y amenazan a veces de “babelizar” la teoría: todas las consecuencias del giro de 1920 no se han desarrollado en la época de Freud, y algunas quedan pendientes, en el centro de nuestras preocupaciones. Pienso, en particular, en los trabajos recientes sobre el traumatismo, lo negativo, lo perceptivo-alucinatorio[5], o la feminidad primaria, o bien aquellos más resueltamente, metapsicológicos que conciernen la representación de la representación, la simbolización de la simbolización.
Estas cuestiones clínicas y teóricas centrales, presentan también la particularidad de encontrar, a menudo de frente, la cuestión de la organización misma de la teoría psicoanalítica y, en particular, de la teoría de los procesos psíquicos, de los procesos de transformación y de producción de la realidad psíquica.
Implican, de forma incuestionable, una aproximación epistemológica de la estructura misma de la Metapsicología, de los caudales de solidaridad teórica, a veces manifiestas –más a menudo silenciosas-, que unen y articulan los conceptos fundamentales entre ellos. No se puede seriamente pensar en el impacto de la Introducción de un “Más allá del principio del placer” sin examinar, con detalle, las consecuencias de una tal mutación sobre la representación de conjunto del proceso psíquico.
Pero hay más, si se puede legítimamente pensar que el trabajo de teorización, encuentra su punto de salida en la clínica o la técnica, es decir, en la exigencia del trabajo desprendido de la contratransferencia, hay que pensar que hay una penetración en acto, de lo que falta por ser metabolizado en el espacio analítico. El trabajo metapsicológico no está, solamente, confrontado con la necesidad de pensar algunos puntos que quedan oscuros, de los procesos encontrados en la cura, está también confrontada en el impacto de lo que Donnette ha propuesto de llamar la “penetración actuada” de su objeto de trabajo. El proceso teorizante tendrá que reducir los síntomas teóricos que esto va a producir; este proceso tendrá que reducirlos en su avance para extraer los envites primarios y secundarios.
Una “clínica de la teoría” es, pues, inevitable para especificar la aproximación epistemológica en Psicoanálisis, debe interrogarse sobre lo que se da como teoría de lo originario, sea en la Metapsicología misma, sea en los campos conexos al status “especulativo” en Freud, que deben ser consideradas como formulaciones transicionales de la Metapsicología, ya que permiten “experiencias de pensamientos” de lo originario, que gracias a este paso por el origen, van a poder relanzar el juego metapsicológico mismo. Esto no tendrá más que, a partir de ahora, metaforizar lo originario, que así se pone en cuestión, y trabajar la distancia para relanzar la formulación de un nuevo avance.
Si el artículo del 37 “Construcciones en el Análisis” introduce la idea de una vuelta alucinatoria perceptivo-motriz, de algunos acontecimientos pasados; el de 1938, consagrado al “Clivaje del Yo”, propone una hipótesis concerniente al modo de conservación intrapsíquica en las huellas así revividas: Tienen una situación tópica clivada en el núcleo del Yo-Sujeto, así, desgarrado, se han sustraído al proceso integrativo central del Yo, y a los après-coups reorganizadores sucesivos de su movimiento evolutivo, no están ya subjetivamente percibidas como representaciones psíquicas. Seguidamente a un traumatismo, se ha producido un desgarramiento en la subjetividad, desgarramiento que “jamás se curará”, sino que va a agrandarse con el tiempo. Freud va a proponer explicitar este proceso, con el ejemplo de un caso de un joven que sufría una amenaza de castración después de haber padecido una serie de seducciones sexuales. Subraya, de paso, que no se trata más que. de un caso particular de situación traumática. Así Freud, perfila un tipo de traumatismo cuya salida, ha sido solamente la represión, -aunque la represión también haya existido- sino que también se ha acompañado de un clivaje de otra naturaleza; clivaje que interfiere en las capacidades de síntesis del Yo, y testimonia globalmente el fracaso de la función de ligazón (de las pulsiones de vida) y de simbolización del sujeto. La clínica de la Psicosis abordada de manera más amplia, a través de la clínica de la Perversión abre la vía a la articulación de una forma de defensa, el clivaje directamente conectado con la compulsión a la repetición, y a una teoría de la huella del aparato de memoria.
El clivaje posee la particularidad de poder permitir olvidar de un lado –del lado de lo que se puede asociar al proceso integrador- lo que es inolvidable del otro, lo que volverá en el campo de lo alucinatorio y perceptivo-motor, o recíprocamente, testimonia el fracaso de la reflexividad psíquica, de una herida en la organización del aparato psíquico. Testimonia, también el fracaso de la organización de una conflictiva ligante. Hay una cara de este artículo que conllevaría la huella del primado del placer-displacer. El clivaje supone, desde entonces, la acción de un más allá del principio del placer-displacer, es decir, de la tentativa y del fracaso de la instauración de su sólo primado: Algo que se le escapa, que está en el origen de un hiato, en el funcionamiento psíquico.
Un tal análisis, implícito en Freud, comporta una dificultad, en cuánto al status de realidad psíquica y en cuánto al concepto mismo de realidad psíquica que se encuentra, entonces, potencialmente roto entre dos definiciones distintas; que sin ser necesariamente antagonistas, como demostraremos, no pueden cohabitar sin la exigencia de trabajo metapsicológico. De un lado, la “realidad psíquica” quedaría como el fruto de una experiencia sometida al ejercicio del principio placer-displacer y a la intrincación de este con el juego pulsional, expresaría un fantasma de deseo, ya sea transformado o conflictualizado por la toma en consideración del principio de realidad y que reenvía una organización de la representación psíquica, y de otro lado “la realidad psíquica” o parte de ella que concierne a lo que se escapa o se ha escapado del trabajo integrador de las pulsiones de vida; expresa el impacto psíquico de los acontecimientos históricos o prehistóricos (Freud 1937), que no han podido ser religados al resto de la evolución subjetiva; no son vividos subjetivamente como representaciones. De un lado la especificidad de la realidad psíquica es la de la representación, y de la representación de deseo, confrontada a la tendencia de la realización alucinatoria del deseo y del otro, su especificidad es la de la alucinación perceptivo motora de las zonas traumáticas sometidas a la compulsión a la repetición; lo que podríamos llamar con Lacan, “Lo Real”.
De un lado la realidad psíquica se refiere al trabajo de simbolización y de transformación de la historia devenida de las pulsiones del sujeto, se refiere al deseo Preconsciente e Inconsciente; y del otro refiere, a la inversa, una realidad históricamente encontrada y sustraída, al menos, en parte a la simbolización y a la integración subjetiva. El “Wo Es Var Soll Ich Werdem” de 1932 expresa el imperativo categórico de la transformación de una realidad psíquica, históricamente engranada, tal y como es, en dirección de una realidad psíquica que se establecería sobre el primado del principio del Placer, entonces superpuesto a un principio de Simbolización. Pero esto sí que significa que el principio de base, que manda la realidad psíquica, concierne al reconocimiento de la realidad psíquica, históricamente encontrada (simbolizable o no simbolizable) bajo el primado del principio del placer o bajo el primado de su más allá). Y seguidamente, la necesidad de inscribir éste, en un campo representativo, representado como tal.
La representación psíquica, y aquí no se trata solamente de representaciones-palabra secundarias, sino también de representaciones-cosa primarias, no se da de entrada, sino que resulta de un trabajo de simbolización que es previo a su inscripción en la subjetividad apropiadora del Yo. Este trabajo de simbolización es el que le permite definirse como representación psíquica, es decir, como símbolo.
En dichas proposiciones, modifican singularmente nuestra concepción del trabajo psicoanalítico, como Freud lo presentó, o abren otro frente en el seno del proceso de cura; un frente que plantea el problema de los fundamentos de lo que manda la instauración y el despliegue. Hablaba del trabajo de tipo clásico, cuya razón mayor es reducir el hiatus, entre la parte Preconsciente del Yo, y su parte Insconsciente, trabajo que se sitúa en el campo de la problemática de la representación psíquica y de los diferentes tipos de simbolización que la atraviesa, se perfila otra orientación del trabajo, que se sitúa sobre el hiatus entre lo que ha sido apropiado en la realidad psíquica del sujeto, y lo que manteniéndose clivado, ha escapado al trabajo de simbolización representativa, y tiende a reaparecer subjetivamente en el campo sensitivo-perceptivo-motor. La cuestión de la clínica cotidiana de desregulación del narcisismo, lo muestra bastante, va a ser la de la articulación de estas dos orientaciones del trabajo psicoanalítico, a veces conflictualizada, pero a menudo antagonistas.
Desde entonces, el narcisismo y las defensas narcisistas, se convierten en interpretables, como el esfuerzo del sujeto por interiorizar y ligar, cueste lo que cueste –esto será una de las cuestiones del Masoquismo, y de las modalidades de ligazón no-simbólicas, biológicas, comportamentales, interactoicas, etc- por asimilar a todo precio la zona traumática de su historia en el seño de su omnipotencia interna. Desde entonces, lo que podría ser interpretado como proyecciones del sujeto, vamos a estar muy atentos como Winnicott recomienda, en el esfuerzo del sujeto en tratar como una proyección salida de su omnipotencia, lo que es la parte de su entorno o de situación traumática (esto quiere decir que desde entonces, el entorno es cuestionable, y el sujeto lo trata como una prolongación de sí mismo, desde su omnipotencia, a través de la proyección, -este paréntesis es mío-). La inteligibilidad completa de tales proposiciones implica que una de las características esenciales de las zonas traumáticas es la confusión entre la parte de sí mismo y la parte de las respuestas del entorno a los movimientos del sujeto, por otro lado que la reacción primera y fundamental del sujeto confrontado a los estados traumáticos, no es expulsar las huellas de este, sino por el contrario, asimilarlas como si proviniesen de sí mismo, para intentar ligarlas narcisisticamente. Es otra forma de pensar la hipótesis freudiana del masoquismo originario y del movimiento auto que conlleva. La expulsión o la prohibición no opera más que en un segundo tiempo. Esto no quiere decir, evidentemente, que las proyecciones transferenciales no deban ser interpretadas, sino que las respuestas históricas y actuales de los objetos deben ser tomadas en cuenta en la historia de la construcción, y de la las dificultades de construcción, de la realidad psíquica del sujeto, es toda la problemática –referida pro Winnicott- como la de la “utilización del objeto”. El Edipo no puede, por sí mismo, significar los efectos de la distorsión de las imagos parentales bajo la acción de las envestidas pulsionales del sujeto, una perspectiva tal, debe ser afirmada en prioridad, y sóla no puede más que entretener el postulado narcisista de autoengendramiento y mantener la confusión postraumática. El Edipo debe también significar en el detalle, que la realidad psíquica del sujeto, no se ha construido sola, sino que lleva la marca concreta de las respuestas parentales a la angustia y a los movimientos pulsionales del sujeto, que conlleva la marca de los fallos del ambiente, accidentales o estructurales, de sus efectos traumáticos y de soluciones que el sujeto ha debido poner en marcha para paliarlos.
Evidentemente, la realidad material nunca se puede pensar independientemente de la forma en que el sujeto la significa, y la ha significado, habida cuenta de su historia. La realidad material es una categoría de pensamiento que resulta de la organización de la tópica psíquica y es producida por la organización del campo representativo y de la capacidad a autorepresentarse. En el límite, en la órbita de lo que está simbolizado, representado y reprimido, el argumento de la indecibilidad de la historia, conserva un valor heurístico y una pertinencia innegable. Pero, precisamente, el clivaje es uno de los envites que vehiculiza, revoluciona los datos del funcionamiento psíquico, de tal forma que ya no se puede alegar tranquilamente los efectos de reorganizaciones après-coup devenidos de la organización del campo representativo.
Lo que se ha mantenido en el estado arcaico, o primero en el Ello, no ha sufrido tales reorganizaciones representativas y se va a caracterizar más bien, por el hecho de estar en un estado de “sufrimiento”. Y si este resto ha podido aprovechar algunas coyunturas históricas, podría llegar a esbozar alguna presencia de simbolización, la rigidez fetichista u obsesiva que la afecta, conlleva la huella del hecho de que se trata más bien de un método de fijación de un punto de confusión, más que una reorganización après-coup auténtica, en el sentido en que se puede hablar así, en la neurosis. Es por esto, que la compulsión a la repetición se ejerce sobre esto que no ha llegado a alcanzar al Yo-Sujeto, en tanto que la reactualización y la presentificación no le permiten encontrar o recibir una sepultura histórica conveniente, una representación para estar situado en el pasado, y para no tentar las alcobas del presente perceptivo del sujeto, y apartarle de las contrainvestiduras costosas que, inevitablemente, así se movilizan.
Muy a menudo la cura psicoanalítica, va a ofrecer las primeras ocasiones de verdaderos après-coups, representativo de estas experiencias clivadas, y también clivajes y “soluciones” de ligazón no-simbólicas, puestas en marcha en la urgencia traumática. Faimber ha insistido sobre esta otra manera de après-coup que representa la intrincación secundaria en el presente del sujeto y de la cura, de la reactivación alucinatoria de lo que estaba mantenido clivado y no integrado. Es urgente realizar una clínica diferencial del après-coup, para distinguir las diferentes modalidades de éste, como sus diferentes formas procesuales.
La cuestión aquí, que encontramos, es doble. Concierne, por un lado, el status de la conservación instrapsíquica de los vestigios de los acontecimientos arcaicos que han conservado un status traumático: clásicamente en el vocabulario de la Metapsicología, se los designará como huellas mnémicas. Pero también concierne a la cuestión de la energía que anima el proceso de reactivación de estas huellas.
El problema del concepto de “huella”, presenta dificultades incontestables. En un trabajo anterior (“El traumatismo perdido”. 1991.) Yo había emitido la hipótesis de huellas paradójicas, precisamente constituidas, no por huellas registrables como tales, sino deducidas por los efectos globales de la estructura del funcionamiento mental. En la reflexión que presento aquí, he tratado de retomar el problema de la huella mnémica, comprendida en el sentido amplio de un efecto sobre la realidad psíquica, sobre la “primera materia” psíquica (Freud 1900), de ciertos acontecimientos, o de ciertos modos relacionales o interaccionales anteriores, para diferenciar tres tipos de huellas mnémicas señaladas por Freud. Las dos primeras, las que producen recuerdos, o las que se presentan como representaciones-cosa, no plantean problema, se presentan o bien como huellas, representaciones, y son registradas como producto de un aparato de memoria.
La tercera, que propongo llamar “huella mnémica perceptiva”, por el contrario, plantea un problema en la nominación y en su concepto. Formalmente y subjetivamente, no se presenta como una huella, ni como una huella de memoria, cuando está activada se presentará al sujeto, más bien, como un afecto bruto, una sensación, una percepción, o un empuje motor, es decir, como un elemento actual, o como un acto. O más aún, y esto es aún más difícil, se va a presentar como un efecto sobre el curso del funcionamiento psíquico, que no se puede captar por deducción, ya que va a producir una distorsión de las cadenas representativas, una inflexión de los movimientos psíquicos, o peor aún, una torsión de la trama de la organización del Yo. La cuestión clínica que se impone a lo largo de la cura, por lo que se preocupa, aunque sea poco, del problema de la cohesión y de la coherencia del funcionamiento psíquico del sujeto, será la siguiente: “¿Qué ha pasado en la historia de este sujeto, para que se produzca, ahora un tal funcionamiento psíquico, a lo largo de una sesión o en su vida? ¿Qué repite, de este modo, no habiendo une huella directamente accesible, como tal, en lo que evoca?”
El concepto de huella mnémica perceptiva o sensitivo-perceptiva motora, intenta aludir a la existencia de la huella no-representativa, es decir, de la huella que señala una ausencia de huella subjetivamente registrada como tal.
La hipótesis clínica mayor, que propongo esbozar seguidamente de “Construcciones en el Análisis”, es que a partir de la Psicosis, de la Perversión, de la Psicosomática, o de Clìnica de los Trastornos Narcisistas, a partir de una semiología, en dónde existen estas huellas no-representativas, siguiendo a Freud, debemos considerar que estos signos no-representativos, sino más bien representados como elementos perceptivos motores, son indicios de la activación de la zona traumática primara del sujeto[6]. Es esta hipótesis, que da el status de “huella”, aquello que no se presenta como tal al sujeto y permite incluirlas en la cuestión general de un Aparato de Memoria; en este caso el registro sensitivo-perceptivo-motor, será el modo privilegiado de expresión.
La hipótesis complementaria, implicada necesariamente, para estas consideraciones es la de una muerte de tipo alucinatorio de los acontecimientos, así conservados. Esta hipótesis implica, a su vez, el retomar la cuestión del “Más allá del Principio del Placer” y la cuestión de la compulsión y del automatismo de repetición, lo que nos lleva al segundo punto que hemos anunciado y que es el de la naturaleza de la energía que activa las huellas mnémicas perceptivas de las zonas traumáticas. Esta cuestión es la de la idea de una compulsión de repetición.
Inicialmente, lo que parece esencial, en el proceso de repetición que Freud describe, es el elemento de compulsión que se ejerce sobre el Psiquismo y la Subjetividad: la repetición no resulta de una decisión deliberada por el sujeto, se ejerce a pesar de él. Los diferentes ejemplos clínicos de Freud evoca en 1920, no dejan ninguna duda en este punto. De lo que se trata en “Más allá del Principio del Placer” es también más allá de la elección subjetiva. No olvidemos, en efecto, que el argumento decisivo del texto de Freud, lo que le lleva a modificar el edificio teórico anterior es el hecho de que la repetición lleva a la superficie del psiquismo acontecimientos que, ni en el momento, ni el après-coup conllevan satisfacción pulsional. Dicho de otro modo, la repetición no está gobernada por la realización alucinatoria del deseo, considerada como la expresión mayor del principio de placer. Las experiencias que se llevan a la superficie psíquica, se refieren a experiencias traumáticas, no obedecen a la represión, ni a los modos de evitación, que caracterizan la acción del principio de placer-displacer. Este principio representa, en efecto, la activación de experiencias que han conllevado lo satisfacción y al mismo tiempo la evitación de experiencias que han conllevado sufrimiento y displacer. Será suficiente mantener la lógica de la evacuación del displacer, para explicar la repetición de experiencias no satisfactorias con finalidad evacuadora. El problema resulta, del fracaso de los procesos evacuadores o del ejercicio de un principio más fundamental. Este fracaso que sostiene la idea de una compulsión de repetición, es que la evacuación no llega a efectuarse de forma durable. El fracaso de este proceso evacuador, que de pronto plantea paradójicamente, el problema de su éxito, abre una cantidad considerable de dificultades clínicas y teóricas, de las cuáles no podemos describirlas aquí, más que de forma parcial.
La primera hipótesis que, hay que subrayar que no está sugerida por Freud, consistiría en interrogar el fracaso del movimiento evacuador, no tanto por el funcionamiento mismo, que en función de la respuesta del entorno a este movimiento. La repetición testimoniaría la inadecuación de la respuesta que dieron los objetos y el entorno al proceso evacuador del sujeto. Es afuera, dónde haría falta buscar las razones de la repetición compulsiva. Es esta dirección del trabajo a la que alude los trabajos de Winnicott, sobre todo, los que conciernen a la utilización del objeto: es la que también adopto yo, en numerosas ocasiones en este libro, alrededor de la cuestión de la exigencia del trabajo psíquico, impuesta por el objeto. Pero esta hipótesis no es suficiente, ya que todavía hay que comprender, por qué la evacuación debe repetirse, en tanto que la respuesta a los objetos, no es adecuada.
La coyuntura traumática evacuadora, no hace más que revelar, la insuficiencia de la teoría de la Realización Alucinatoria del deseo, como modalidad fundamental de la experiencia del Placer-Displacer. Si hacen falta condiciones extrínsecas para que la evacuación sea exitosa, es que hay otro principio que gobierna el fondo de la activación psíquica de las huellas. Dicho de otro modo, si las huellas mnémicas de las experiencias traumáticas son activadas no es a cargo del principio del Placer-Displacer, si el proceso evacuador tiene que ponerse en movimiento, para manifestar la repetición, es porque algo se repite independientemente de la capacidad del sujeto, de ligar o evacuar lo que así se ha activado. No se debe confundir el esfuerzo del sujeto bajo la hégira del principio de Placer-Displacer para evacuar las experiencias insatisfactorias y displacenteras, con lo que despiertan las huellas de estas experiencias, con lo que “las presenta” perceptivamente de nuevo al sujeto. La destructividad no se pone en movimiento, más que en un segundo tiempo y para hacer frente a la vuelta automática de las experiencias traumáticas, para intentar instaurar un “yo placer purificado”.No es la destructividad misma la que genera la repetición, al menos, no fundamentalmente, sería más bien el fracaso de la puesta en marcha de los procesos de ligazón. La repetición automática o compulsiva, cuando se manifiesta, no testimonia el impacto del Placer-Displacer, sino por el contrario, de su fracaso en ligar o evacuar el trauma, testimonia, de hecho, que este principio, no actúa más que en un segundo tiempo, que está subordinado al ejercicio de un primer principio, de un principio auto, del cuál el masoquismo originario intentará precisar el concepto.
(…) Veamos ahora algunas de las razones que me han llevado a proponer el considerar que el proceso subyacente a la compulsión a la repetición debía ser concebido bajo la forma de una alucinación automática, que repite automáticamente las experiencias, en tanto que estas no están ligadas en el núcleo de un proceso representativo, o bien evacuadas y estabilizadas. La insistencia está marcada aquí, sobre el carácter auto del primer proceso. La realización alucinatoria del deseo no es más que una forma particular de esta alucinación automática que testimonia el trabajo de ligazón representativa y la apropiación primaria del sujeto que viene a añadirse al movimiento auto primero. Hay que considerar que de todas maneras, el clivaje del Yo, y la compulsión a la repetición, “Más allá del Principio de Placer”, abre un hiatus en el psiquismo, y un nuevo espacio de trabajo tanto clínico como metapsicológico. Para acabar, sobre este punto, se puede pensar sobre las observaciones clínica de Emde (1999), que parecen confirmar que en condiciones del entorno, suficientemente buenas, el principio del placer-displacer, se ejerce mayoritariamente. Por el contrario, cuando una situación de interferencia psíquica se presenta, y que testimonia el fracaso del ejercicio del principio del Placer-displacer, y las defensas que permiten preservarlo, se rebela bajo el impacto del traumatismo otro principio “más allá del principio del placer” y de la selectividad, y de la elección que implica, más allá que se señala por la no dominancia de un movimiento auto, y una repetición ciega de las características del trauma. La proyección no es entonces, más que secundaria, y el efecto de la tentativa del placer, para restablecer su primado organizativo.
Desde un punto de vista metapsicológico, esto está presente desde 1920, y se convierte en crucial en 1937 y 38, el hiatus que se ofrece al pensamiento es que va a resultar de la distinción entre el psiquismo y lo subjetivo. Hasta 1920, el hiatus concernía a la diferencia en el centro de la subjetividad, entre el Psiquismo Consciente o Preconsciente y el Psiquismo Inconsciente; a partir de 1920, otro espacio de trabajo se perfila para articular lo que en el Psiquismo ha sido subjetivado y auto-representado como tal, y lo que en el Psiquismo, no ha llegado a serlo. Al lado de las defensas clásicamente descritas alrededor del hiatus entre Preconsciente e Inconsciente, principalmente la Represión y el trabajo sobre la Vuelta de lo reprimido, se abre la cuestión de otro nivel de defensa en dónde el Clivaje es, sin duda la forma principal.
Pero aún más, se abre, no sólo la cuestión de saber sí un contenido psíquico, ha sido subjetivado, sino cómo ha sido ligado subjetivamente, es decir, la cuestión de las modalidades de apropiación y la de las modalidades de alineación, que les ha podido acompañar.
Se pueden, según los esfuerzos clínicos y teóricos, del pensamiento de Freud, después de 1920, como también las tentativas para formular y tratar las cuestiones así suscitadas, incluso aunque él mismo no haya podido clarificarlas.
La primera línea de trabajo que se puede tener en cuenta en este esfuerzo, concierne a una salida “sacrificada” de las experiencias traumáticas[7]. A partir de 1920, Freud evoca una procedimiento que consiste en “despojar la superficie de la vesícula de sustancia excitable, de las cualidades de lo vivo” para formar una especie de capa paraexcitable. Los postfreudianos, pienso particularmente en Anzieu, y en el conjunto de los trabajos que ha inspirado a partir de la problemática de las envolturas psíquicas, han encontrado fundamental esta problemática clínica[8] -el yo piel, por ejemplo- de la problemática de la paraexcitación-.- La referencia a la paraexcitación en el pensamiento de Freud, se presenta a menudo como una defensa operando a un nivel quiasibiologico reposa sobre el sacrificio de una parte sensible del psiquismo. La paraexcitación, en su pensamiento, es una medida de salvaguarda que conlleva la huella de lo que ha habido que amputar para sobrevivir a una situación claramente descrita como traumática. La constrainvestidura masiva que evoca en 1920 produce “un empobrecimiento de los otros sistemas psíquicos” Esta solución no trata el problema de la efracción más que produciendo una “localización” de su impacto traumático que protege de una invasión anegadora. El problema planteado al psiquismo por la activación alucinatoria automática, de las experiencias traumáticas, no está tratado más que dentro, con la ayuda de los recursos internos del psiquismo, no es más que una medida de supervivencia psíquica.
La segunda salida evocada por Freud, principalmente en 1925, es la del Masoquismo. Hemos comenzado a captar en nuestra reflexión precedente, la complejidad de este concepto. El Masoquismo expresa, sin duda, la tendencia del psiquismo a llevarlo todo al sujeto, expresa el primado de un movimiento auto, del cual hemos visto el impacto en las situaciones traumáticas, podríamos llamarle MASOQUISMO “NARCISISTA”. Para insistir sobre este aspecto, que no hace más que describir, el aspecto “masoquista” en situación dialéctica con él, se sitúa el MASOQUISMO ERÓGENO. El arquetipo de este tipo de salida es la activación de una coexcitación libidinal, con el único fin de transformar la experiencia traumática, en experiencia “bajo el primado del Principio del Placer”.- El proceso esencial es, pues, la vuelta que hace de la experiencia “mala” para evitarla, según el principio de displacer, en una experiencia buena a reproducir.
La cuestión difícil, metapsicológicamente, de este tipo de solución es la de precisar la naturaleza de la coexcitación libidinal.¿Opera a un nivel límite, con una vertiente biológica y una vertiente psicológica? –el masoquismo, sería entonces primario y original- ¿o resulta más bien, de la puesta en marcha de una excitación psíquica, otra modalidad de utilización de contracargas (Freud, 1920) que moviliza la situación traumática, es decir, una “sexualización” secundaria de la experiencia psíquica?. La patología psicosomática grave, las modalidades de la Psicosis, algunas formas de perversión o algunas formas de regulación del Narcisismo, muestran con evidencia que la coexcitación libidinal no es automática y no sería, pues, una respuesta biológica, sino por el contrario, resulta de una operación de vuelta psíquica, constituyendo una media de salvaguarda del psiquismo por el psiquismo, con la ayuda de la sexualización de la experiencia traumática, siendo un destino particular de ésta. Sin embargo los trabajos de Fraiberg (1999), y de su equipo de investigación muestran los aspectos interrelacionales de este tipo de defensa y de vuelta. Describe la puesta en marcha precoz de una “solución” masoquista erógena, en el núcleo de los enganches maternales primitivos. En todo caso, creemos que, este tipo de salida ha encontrado una complacencia o una inducción por el primer entorno.
Se trata aquí, de un masoquismo del funcionamiento psíquico puesto en marcha contra las zonas traumáticas, que creo no confundirse con la fantasmática masoquista, referida en “Pegan a un Niño”. Se trata de un masoquismo “en acto” intrapsíquico, incluso puede, de paso, apoyarse en objetos actuales o históricos, y no de un escenario fantasmático masoquista, como el descrito en 1919 po Freud; este testimoniando un despliegue, de toda una simbolización primaria, mientras que en el masoquismo erógeno primario, que describimos, el proceso se desarrolla por defecto de la simbolización primaria. La clínica de la cura de estas coyunturas masoquistas así lo muestra, se elaboran después de todo un trabajo de deflexión de la zona traumática hacia fuera y de todo un espacio de reconstrucción del espacio de juego: juego del cucú, juego de la espátula, juego de la bovina, etc, No es más que después y después de un largo trabajo de perlaboración que el proceso puede tomar el sentido de una fantasmática masoquista, pero esto significaría que a zona traumática, que la seducción narcisista histórica, ha sido insuficientemente preelaborada para tomar el status de un fantasma de seducción masoquista bajo el modelo de 1919.
En todo caso la salida masoquista no puede ser considerada como una salida suficientemente buena, incluso si psíquicamente preserva la vida psíquica. Aquí aún el masoquismo de funcionamiento primario, no se puede mantener más que sobre la base de una torsión del Yo y del sentido, implica, de todas maneras, una alineación residual por sometimiento o rebelión a objetos tiránicos y agresivos, conlleva inevitablemente, un empobrecimiento de la libido y de otros sectores del Yo.
Conectando el masoquismo moral, la necesidad de castigo por un Superyo severo y cruel (1923), Freud subraya la herencia que el masoquismo recibe de la historia de la respuesta de los objetos a la destructividad del sujeto, de la historia de las respuestas interiorizadas, de las respuestas “prestadas” y también de la interiorización de las no-respuestas.- Los trabajos recientes, concernientes al Suyeryo, y subrayan de manera singular la farragosidad teórica y clínica que implica. En lugar de ser una instancia que sostiene la simbolización, el Superyo severo y cruel promete la solución masoquista y prohíbe las salidas más Transicionales. Es verdad que así protege, sin embargo, una cierta forma de narcisismo, protegiendo al sujeto de un cuestionamiento crítico de las respuestas actuales e históricas de sus principales objetos de investidura y de las consecuencias narcisistas de este cuestionamiento.- Así como de la percepción aguda de un cierto sufrimiento o de una angustia sin recurso, de tipo agonística.
Como se puede deducir ampliamente de nuestros comentarios precedentes, la salida masoquista presenta algo más de interés que la para-excitación autística, grava la economía psíquica y ayuda a la extinción de la simbolización.
Cuando se ofrece una salida más transicional para el funcionamiento psíquico y para la elaboración de las zonas traumáticas, la simbolización y en especial, la simbolización primaria, permite entonces el despliegue de una elaboración psíquica que va a permitir inscribir en el campo representativo, subjetivamente vivido como tal las experiencias primarias, que no han llegado a inscribirse en la subjetividad.
Tres direcciones esenciales, de este trabajo de elaboración psíquica se imponen a partir de los niveles del pensamiento freudiano, propongo en este libro trabajar más alrededor de tres ejes de análisis del funcionamiento psíquico que son determinantes para la organización de las configuraciones transferenciales que se despliegan a lo largo de la cura, pero también determinantes en cuanto a lo que concierne a la organización de la simbolización y de la autorepresentación. Desearía ahora, articular, rápidamente, la trama con las coordenadas clásicas del pensamiento psicoanalítico, recogidas en esta fórmula genérica y generativa: el encuentro de la diferencia de sexos, engendra una diferencia de generaciones que por sí misma, produce una diferencia en lo sexual (la diferencia sexualidad infantil- sexualidad adulta), comentemos:
La construcción metapsicológica del aparato psíquico, como aparato de memoria, abre la cuestión de la constitución de la historicidad y de la historización de sí mismo, a través de la inscripción de la materia primera psíquica en el núcleo de una forma de temporalidad. La presentación psíquica, la activación alucinatoria es representación, se descubre (presentación segunda) es el primer discriminante el que articula temporalidad y representación, el que permite que la temporalización genere una acogida subjetiva de la presentación psíquica como “representación”.
Su horizonte elaborativo está, clásicamente, referido alrededor de la organización de la diferencia de generaciones y de sus efectos sobre la organización del campo simbólico, pero también existen formas más primitivas, ritmo, diferido, etc, sin embargo la puesta en marcha de la diferencia entre pasado y presente, no puede ser aprehendida dinámicamente más que en el encuentro con al organización de la diferencia dentro-fuera; es esta dialéctica la que manda la forma y las modalidades de la interiorización. Esta última, no podrá evitar las formas de negación y del autoengendramiento, más que a condición de desplegar conjuntamente o complementariamente los efectos relativos a la exigencia del trabajo psíquico, impuesto por el objetos edípicos –exgencia y/o impediemento – a los relativos a la exigencia del trabajo psíquico, impuesto por la introyección pulsional y afectiva. La elaboración de diferencia de generaciones no evita, en efecto, el doble impasse de la seducción y de la identificación con el agresor, más que a condición de interrogar, precisamente, las modalidades de la interiorización. La construcción de un verdadero interior, que no se una forma desviada de posesión, o de colonización interna, pasa, en efecto, por la perlaboración así como por la forma en la cuál se hace o deshace, y por lo tanto se crea y se destruye, los objetos edípicos; también por la manera en la que éstos nos han hecho-deshecho y nos han creado y destruido. La historización de sí mismo encuentra , pues, necesariamente la cuestión de la historia y de la prehistoria de los otros, de sus respuestas al sí mismo y de sus efectos sobre el sí-mismo; así como del efecto del sí mismo sobre los demás. Si la diferencia de generaciones está potencialmente, siempre, presente, no puede ser entendida como una dotación psíquica primera, es la razón por la cual, propongo conferirle el status de un horizonte elaborativo.
Pasa lo mismo, por el segundo vector del trabajo elaborativo que propongo; el de la metabolización y de la integración pulsional cuyo horizonte elaborativo es el de la diferencia de sexos. Si la diferencia de sexos, debe ser considerada como presente, en la integridad del proceso de transformación y de perlaboración de la vida pulsional, no cumple su función, auténticamente, organizadora y atractiva más que al término de un recorrido integrativo, que deberá encontrar y perlaborar una serie de parejas opuestas que conservan en sí misma toda su pertinencia: a las parejas opuestas, largamente señaladas por Freud, la pareja pasivo-activo, masculino-femenino y fálico-castrado, hay que añadir la pareja subyacente al conjunto de la teoría freudiana, del traumatismo y de la sexualidad infantil, es decir, la pareja efractor-integrador, sin la cuál, las dos parejas precedentes no pueden ser más que reductores. La elaboración de la pareja masculino-femenino, es decir, de la diferencia de sexos resulta, en efecto, de un despliegue de la combinación de diferentes pares opuestos que acabamos de evocar y de figuras multiformes que su figuración va a producir. He intentado en un capìtulo de este libro una aproximación del Aparato Psíquico, considerado como un aparato de transformación de la pulsión, para escalonar las grandes etapas de este trabajo intrapsíquico.
Sin embargo, como ya lo he subrayado a propósito del trabajo de historización efectuada por “el aparato de memoria”, la metabolización intrapsíquica de la vida pulsional, no puede ser pensada independientemente de la historia, de la forma en la que el sujeto ha significado su pulsión, y de cómo ha sido significado el sujeto, por sus objeto edípicos. El aparato de transformación de la pulsión debe ser estrechamente dialectizado con la organización de la historia, inscrito en una configuración edípica de conjunto que no reduzca esta, a mera proyecciones en el niño, sino que la integre en su inteligibilidad a cada paso de su recorrido, -nos referimos a la problemática intergeneracional-.
El tercer eje organizador de la perlaboración, de la primera materia psíquica, es el del narcisismo, que prefiero definir más generalmente, por el ejercicio del aparato psíquico auto, le voy a dedicar un capítulo especial. Su funcionamiento organiza y manda la relación que el sujeto realiza consigo mismo, la forma en la que se autoinforma de lo que se desarrolla en su núcleo, la forma en la que se autorepresenta (o se metarepresenta) sus propios procesos, o las compulsiones a las cuáles está sometido, evalúa la realización de su trabajo psíquico integrativo y se informa del fracaso de su trabajo de apropiación de las particularidades coyunturales o estructurales de su historia o de su actualidad; está en relación con los dos vectores precedentes de la elaboración psíquica que trata, idealmente, la armonización “transicional”; su horizonte elaborativo, su atractor representativo, es el fantasma nodal de la escena primitiva, en tanto que pone en escena, en forma y sostiene potencialmente la problemática de una identidad a construir-deconstruir, en su confrontación con la alteridad tanto externa como interna.
Sin embargo, los principales ejes elaborativos del trabajo de la simbolización y de la apropiación subjetiva que acabamos de precisar, permitiendo vectorizar el trabajo de reducción del hiatus interno, separando la huella bruta de la experiencia vivida, de su representante psíquico intrayoico, para darle un sentido, no son suficientes como para describir las condiciones de las posibilidades de ésta.
Freud ha considerado, durante mucho tiempo, que la transformación de las huellas mnémicas en representación-cosa, es decir, en símbolos primarios, no comportaba otra característica, más que la de la retención de investidura. Para simbolizar, hacía falta de alguna manera, retenerse o retener una parte de la investidura. La restricción de la investidura, transformando la activación alucinatoria en simple actividad representativa. Esta restricción perceptivo-motora, esta retención, significando ella misma la aceptación de la pérdida o de la ausencia a simbolizar. Sin embargo un modelo así de la simbolización, supone, ya reducido el hiatus y el clivaje interno, que un trabajo de representancia se ha efectuado ya, y que la alternativa intrayoica, se plantea entre la realización alucinatoria del deseo, y la simple representación, implicando el principio de realidad.
El tener en cuenta en el proceso psíquico, la existencia de un hiatus entre el Ello y el Yo, entre lo psíquico y lo subjetivo o la subjetividad, entre el psiquismo y lo representado, obliga a complejizar nuestra teoría de las condiciones de la simbolización, y en particular de, la simbolización primaria. Entre la huella mnémica perceptiva de la experiencia, y su representación, debe ser realizado todo un trabajo de transformación por el aparato psíquico, para que la experiencia primera tome el status de representación psíquica, que retome, en la representación, las características fundamentales de la experiencia, de la materia psíquica primera, que sea auto-indiciada (de indicio) como “representación psíquica”. Este trabajo es el que fracasa en los estados traumáticos y en las organizaciones psíquica, reactivas a su impacto.
La simbolización fundada sobre la pérdida, la ausencia, la restricción perceptivo-motora, no es más que una segunda forma, y ya elaborada, del proceso de simbolización, se apoya sobre un conjunto de precondiciones que el análisis de los estados traumáticos permite precisar. Antes de la simbolización de la ausencia, y para que ésta pueda tener lugar, antes que la retención perceptivo-motora, y para que sea posible, el proceso de simbolización debe poder, con la ayuda de un apuntalamiento perceptivo-motor y de la presencia activa de los objetos, decíamos que debe poder realizar toda una serie de ligazones necesarias, para ausentar la alucinación automática de la experiencia anterior. Al modelo del sueño, arquetipo de una simbolización ya posible, hay que añadir el modelo del juego y de la puesta en juego, el modelo de la construcción del espacio del juego Inter y Autosubjetivo, como precio de la construcción del espacio del sueño.
Precisemos más; el proceso de simbolización, procede por asimilación representativa progresiva, de la alteridad tanto interna (la de la materia psíquica) como externa (la de los otros sujetos); es esta “asimilación” fantasmática la que convierte en tolerable la alteridad y su reconocimiento tolerable, porque es significable; es esta asimilación la que permite sobrepasar el antagonismo de la confrontación con el reconocimiento de la alteridad de los objetos y de los imperativos del narcisismo. La simbolización permite sobrellevar el dilema constitutivo de la posición narcisística, para abrir el campo de la conflictualidad. La apropiación representativa evita la compulsión comportamental o su forma invertida, la inhibición, permitiendo al sujeto constituir una apropiación interna sobre las situaciones que él encuentra. La historia de la construcción de la capacidad interna de metabolizar la alteridad, conlleva tres tiempo dialécticos que forman los tres tiempos de la construcción del proceso del juego, los tres tiempos por los cuáles, el proceso de representación se da una oportunidad por sí mismo.
Es sobre esta distinción que reposa la capacidad el juego intersubjetivo, es esta la que abre el proceso del juego. El juego intersubjetivo tiene, pues, la necesidad para desarrollarse y una respuesta activa del otro sujeto, respuesta activa que va a testimoniar su aceptación a ser utilizado para simbolizar. Así, por ejemplo, en el juego de la espátula, descrito por Winnicott en el 1945, juego en el que el niño tira al suelo una espátula o una cucharita, es necesario que el objeto restituya activamente al niño la espátula que ha dejado caer. Esta respuesta activa del objeto, abre el proceso del juego que permite, a través de la alternancia, del lanzado-recogido (por el objeto), construir una representación del vínculo, una proto-representación del vínculo precursor de la capacidad futura del niño de utilizar el cordón en el juego de la bovina. La primera recogida, la primera restitución de la espátula por el objeto, introduce en la relación la cuestión de una potencialidad de juego; la segunda recogida, significa, y confirma la niño, que el vínculo es posible en el juego. La tercera, significa entonces, en pleno conocimiento de causa, que se puede jugar con el objeto, la cuestión del vínculo con el objeto: el “contacto” simbólico se ha establecido; dos sujetos juegan juntos, el uno acepta ser utilizado por el juego del otro. La representación comienza a sostenerse en su propia naturaleza.
Sólo el juego intersubjetivo puede proponer al sujeto la cualidad particular-el reconocimiento fundador del valor de la simbolización-que ofrece la respuesta activa y creadora del otro sujeto, cualidad particular gracias al reconocimiento que ofrece, precisamente, el valor creador de la respuesta.
Sin embargo, el juego intersubjetivo, si moviliza la capacidad del otro sujeto para aceptar el ausentarse, como otro sujeto en el juego, es decir preparar la simbolización de la ausencia, reposa, sin embargo sobre la presencia activa del objeto y el deseo del objeto de borrar o de atenuar su alteridad. Los motivos fundamentales del desarrollo del juego autosubjetivo, serían despreocuparse de este resto de alteridad, despreocuparse de la necesidad de la respuesta efectiva y actual del otro, también de la dependencia inherente a la intersubjetividad, aunque sea mínima la que se ejerce en el juego. Para seguir con el ejemplo precedente del juego de la espátula, el ejemplo psicoanalítico típico del juego autosubjetivo es el juego de la bovina, escrito por Freud en 1920, el cordón que hace posible este juego, lleva la huella y la herencia del juego anterior, de la misma forma que la desaparición visual de la bovina detrás de la pantalla del borde de la cama, conlleva , sin duda, la huella anterior de un juego del cucú. Pero lo que caracteriza el juego de la bovina, es que su dispositivo, no supone ya la presencia efectiva de otro sujeto, no está ahí ya, como el tercero con el que se relaciona. Los juegos intersubjetivos anteriores, han permitido, pues que la ausencia del objeto sea tolerable, es decir, han producido la capacidad de la ausencia, a partir de la presencia del objeto.
Si el juego autosubjetivo, puede despreocuparse así, de los objetos animados y de su creatividad, es también porque bajo la forma del animismo, hereda y transfiere en el juego, la creatividad anterior, construida con los otros sujetos. El animismo del juego autosubjetivo, forma interiorizada de la creatividad de los juegos intersubjetivos, va a permitir a su vez, nuevas posibilidades de utilización de objetos-símbolos, presentes en el juego. La alucinación interna de las experiencias anteriores del juego intersubjetivo va a permitir, infiltrando la percepción de los objetos, y gracias a su materialidad y a los apoyos perceptivo-motores que ofrecen, transformarles en objetos-juegos, es decir, crear símbolo-cosas manipulables y transformables por la motricidad, así superponible en amplia medida al proceso de simbolización. Es así como la simbolización se hace representación, a partir de las cosas, representación-cosa se va creando progresivamente con su propia especificidad, descubre la naturaleza y la particularidad de un tipo de realidad específica que es la del símbolo y la de la representación.
Subrayar la herencia de los juego autosubjetivos, con los juegos intersubjetivos tiene una gran incidencia clínica, y en particular, en la clínica de la cura de los que han fallado en la simbolización primaria, esperar en estos casos que un analizando produzca juegos autosubjetivos, sin haberle ofrecido un espacio de juego intersujetivo anterior, es inútil. Los autoerotismos de estos últimos, se supone que no están constituidos, ni se van a constituir sin la herencia anterior de la utilización del objeto en el núcleo de los juegos intersubjetivos. Sólo cuando los juegos autosubjetivo se han podido desplegar suficientemente, es entonces, cuando se puede intentar abstraerse de la limitación que su materialidad objetiva implica.
Desde el punto de vista del trabajo de la simbolización, aquí está el interés de este tercer tiempo, de la actividad de simbolización y de reproducción de representaciones-cosas que constituye el sueño. El sueño realiza la asimilación narcisística más completa en el medida en que se ha despreocupado completamente, de la percepción actual de los objetos animados, y de los objetos inanimados, de los restos diurnos de materialidad, o de la vida propia de los objetos que utiliza, la asimilación narcisista llega aquí, a su apogeo; el sueño será una representación, una figuración alucinatoria de lo que el sujeto ha podido integrar de la alteridad y de la forma en cómo la ha podido asimilar a la trama representativa. La narración del sueño, cuando tiene lugar, testimonia el resto, en sufrimiento del juego intersubjetivo y reabre la cuestión de un nuevo bucle del proceso de simbolización que permite, al mismo tiempo, abrir la cuestión de la forma en la cuál el objeto, el otro-sujeto ha podido sobrevivir a su utilización onírica, de la forma en la cual el juego autosubjetivo y el sueño han podido despreocuparse de él, es decir, hacerle desaparecer en la utilización representativa.
El problema de la “supervivencia del objeto” está presente en todos los momentos de la construcción progresiva de las representaciones psíquicas; manda y determina una parte importante de la posibilidad de apropiación subjetiva de lo que trama la actividad representativa. La manera en la cuál el objeto “responde” a la actividad representativa y al trabajo de simbolización que subyace, la forma en la que sobrevive al movimiento de borrado o de asesinato, que el proceso vehiculiza, acompaña y se dialectiza, en efecto, estrechamente con el trabajo de simbolización mismo; colorea afectivamente con su marca propia, lo estimula y lo sostiene a veces, pero también puede interferirlo, incluso convertirlo en algo caduco. En fín, el objeto sobrevive al trabajo de simbolización, en este sentido en que, a pesar de la calidad del trabajo de asimilación representativa y simbólica, se convierte en algo necesario e inevitable, marca con su presencia y la inevitable dependencia, ligada a su alteridad el límite de lo simbolizable y de lo que es tratable por la simbolización.
Este último señalamiento introduce la reflexión final, que deseo subrayar en esta Introducción. El pensamiento psicoanalítico tradicional ha desarrollado una teoría de la simbolización, en la cual la ausencia, la pérdida, la retención perceptivo-motora son los ejes mayores. Una parte importante de la técnica psicoanalítica se ha deducido de todo esto. Sin embargo, una serie de configuraciones transferenciales, principalmente aquellas que son relativas a la existencia de estados traumáticos todavía actuales, muestran la insuficiencia de estas referencias en la economía de la cura, y la importancia de reevaluar algunos aspectos de la Teoría de la Simbolización, pasados demasiado a menudo, silenciosamente en la reflexión psicoanalítica. Hay tiempos precoces del proceso de simbolización, que por el contrario se apuntalan sobre el registro perceptivo-motor, sobre el acto, y el paso por el acto, sobre las ligazones, la concretud y la materialidad que ellos ofrecen. Estas modalidades de simbolización, encuentran en el juego un modelo natural, heurístico, para pensar lo que está en sufrimiento en los estados traumáticos, y para permitir que se ausentado lo que está demasiado presente dentro. En estos casos no se trata de simbolizar la ausencia, o no solamente se trata de simbolizar, por ausentar, de simbolizar para poder dejar, es decir, quizás por representar inicialmente, que se está representando.
Si la simbolización no era más que una forma de cicatrizar la pérdida, no hubiéramos tenido tantas dificultades en el trabajo psicoanalítico cotidiano; la simbolización es también una forma de “producir pérdida”, de hacer desaparecer, de producir un muerto, del objeto, del otro sujeto y de entrar, entonces, en una historización de sí, que abre, a su vez, la cuestión de su propia muerte, de su propia desaparición.
Fin Introduccion
[1] No lo que se ha dicho supone, que no ha habido una intrincación masoquista anterior, el fetichismo es una intrincación alternativa al masoquismo erógeno.
[2] Para ser más precisos, estas huellas, aunque sean huellas de un tipo de memoria, no son registradas como huellas, es decir, como re-presentaciones, les falta una representación de la representación, un índice subjetivo que permitiría que el sujeto pueda registrarlas como representaciones, y no como perceptores actuales. Si no están registradas como representaciones, no son apropiadas para el Yo-Sujeto como tales, e inversamente. Esto conlleva una aproximación específica del concepto de Clivaje del Yo
[3] Cicatriz que testimonia el esfuerzo del sujeto para intentar sexualizar y así ligar, gracias a las virtudes de Eros, las huellas del traumatismo.
[4] Activando la modalidad del acto.
[5] Sobre este punto, se impone un debate con los últimos trabajos de los Botella.
[6] La zona traumática primara del sujeto concierne a lo que no ha podido recibir una inscripción representativa en el Yo-Sujeto, y por lo tanto, queda clivado del proceso de integración psíquica (Rousillón, 1999).
[7] Traumáticas, significa aquí, experiencias que no han podido ser simbolizadas y apropiadas subjetivamente, para asegurar el primado del Placer-Displacer.
[8] Esther Vic había ya descrito los procesos “segunda piel”, formas de falso self paliativo.